
Millones de dólares en contratos, primas, publicidad acentúan un
poco más esta circunstancia, pues todos esos factores debieron pesar a la hora
de decidir que dicho torneo se celebrara en el territorio americano de la
nación que no es nación (o que cuando lo ha sido, ha hecho prevalecer sus
intereses por encima de la soberanía de todos los países que se ubican bajo su
frontera sur, a partir del Río Bravo). Pero si realmente fuera factible separar
lo deportivo de lo político, debo decir que la final de hoy, con su sabor
estrictamente sudamericano, más allá del resultado (en el que la escuadra
andina le repitió la misma medicina a los pamperos: mañana, de aquí a que
digiera las repercusiones de tal hecho, abundaré sobre este tema) ha hecho
valer sus prerrogativas, ésas de raigambre futbolística en la que los pueblos de
habla hispana poseen un sustrato y un prestigio mucho más rancio. Y eso se hizo
notar en esta copa.
Sin embargo no puedo ser injusto con el equipo de las
barras y las estrellas que por encima de haber hecho más que sus contrincantes para conseguir el
tercer lugar, su intento fue infructuoso, algo muy parecido que vimos en el
caso de ayer con Suiza, que merecía más que Polonia mantenerse en competencia o
con el de Croacia en circunstancias similares frente a Portugal. No otro fue el
saldo en el Hungría versus Bélgica de hoy, pues si en anteriores entregas proclamé que la apertura de un fútbol
ofensivo era lo deseable, en estos ejemplos quienes lo aplicaron salieron con
las manos vacías. Sin embargo, en descargo de mis dichos debo apuntalar que el
objetivo de lanzarse a la portería rival debe cumplirse marcando antes de que los rivales te vacunen. Sea de una forma o de otra, la sentencia del
entrenador uruguayo Carlos Miloc Pelachi se sostiene: siempre “el gol es el
táctico”.
Los otros dos partidos de la ronda de octavos de final
apenas levantaron por un momento cierto grado de expectación. Francia dio un
primer tiempo para el olvido pero en el segundo supo remontar la desventaja con
un doblete de Antoine Griezmann. Su situación, una vez citada la frase de Miloc,
queda ilustrada por la resolución al dilema de este torneo de que es preferible
un gol (llamado de vestidor) en contra al primer minuto de juego que en el
último (si no que les pregunten a los austriacos): como el penal en contra lo
recibió en el primer minuto de juego, los galos tuvieron todo el resto del
partido para replantear su estrategia y salir avantes en tal empresa frente un
rival de no tan altos vuelos. En cambio en el caso de Eslovaquia ante Alemania
(a la cual había derrotado apenas en mayo pasado en un encuentro amistoso) ni
las manos metieron, o mejor dicho, se quedaron en aproximaciones (por lo menos
un par de ellas) que Neuer salvó o que los mismos eslovacos erraron. Y el gol
de la quiniela lo hizo el jugador Jerome Boateng quien por su color de piel
hizo decir a un ilustre vicepresidente del partido euroescéptico (whatever that means) de ultraderecha
alemán: “La gente lo considera un buen futbolista, pero no quiere tener a Boateng
como su vecino”. Tras esa declaración habría que suponer que no festejó este
gol del futbolista con ascendencia ghanesa, pero sí los de los güeritos Mario Gómez (si es
que en sangre de ascendencia española no se cruza algún gen moro) y el de
Julian Draxler (que aquí entre nos fue de una ejecución portentosa).
Apostilla: Y no, no fue
por el endiabladamente brillante desempeño de la selección belga (por su
distribución de juego, asistencia y lucida anotación de hoy sembrando rivales
fuera del área grande Eden Hazard es junto con Grosicki y Shaqiri lo más
notable hasta el momento) que recordaré esta llave de octavos de final
propinándoles un contundente 4 a 0 a los magiares (y eso que su icónico arquero
Király los salvó de otros 5 más). Más bien lo memorable para mí es la comunión
establecida entre jugadores y afición. Caramba, acabaron apabullados, pero
dejando de manifiesto que pusieron todo de su parte (por supuesto nada que ver
con seleccionados en regiones más australes de este lado del océano, peormente
llenados de cuero, pero cuyos bolsillos lo están también de dólares) y como
premio a tan leal esfuerzo al unísono, ellos desde la cancha y los hinchas desde
la tribuna armaron una peculiar "cámara húngara" entonando su himno nacional y semejante acto revitaliza
eso de lo que hablaba al principio: en medio de un mundo globalizado en el que
el único color que priva es el del verde de los dólares, todavía es posible
encontrar un hondo sentimiento de identidad bajo los colores de una misma
bandera, los sabores de una misma tierra y la autoafirmación (construida muchas
veces a sangre y fuego) a partir de unas mismas tradiciones, lo cual nos
recuerda que el futbol sirve todavía para afianzar eso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario