domingo, 26 de junio de 2016

DEL PIE A LA LETRA 13. UNA COPA PINTADA DE ROJO



La Copa América de futbol se está disputando en este año como homenaje al primer torneo continental de la historia, celebrado en 1916, fecha en que las huestes de José de San Martín concluyeron su gesta libertaria en el Virreinato del Río de la Plata. Es entonces un homenaje a quienes invirtieron vida y sangre a cambio de la posibilidad de trazar su propio destino (cosa que dicho sea de paso no se ha llevado a cabo como se esperaba). En otras palabras, una efeméride cívica es usada como motivo para efectuar una justa deportiva. Quizás en el transcurso de estos 100 años buena parte de su simbolismo original se haya perdido y ahora esta competencia sea vista con mayor generalidad como un entertainment adicional a todos los demás de que dispone el hombre contemporáneo.

Millones de dólares en contratos, primas, publicidad acentúan un poco más esta circunstancia, pues todos esos factores debieron pesar a la hora de decidir que dicho torneo se celebrara en el territorio americano de la nación que no es nación (o que cuando lo ha sido, ha hecho prevalecer sus intereses por encima de la soberanía de todos los países que se ubican bajo su frontera sur, a partir del Río Bravo). Pero si realmente fuera factible separar lo deportivo de lo político, debo decir que la final de hoy, con su sabor estrictamente sudamericano, más allá del resultado (en el que la escuadra andina le repitió la misma medicina a los pamperos: mañana, de aquí a que digiera las repercusiones de tal hecho, abundaré sobre este tema) ha hecho valer sus prerrogativas, ésas de raigambre futbolística en la que los pueblos de habla hispana poseen un sustrato y un prestigio mucho más rancio. Y eso se hizo notar en esta copa.


Sin embargo no puedo ser injusto con el equipo de las barras y las estrellas que por encima de haber hecho más que sus contrincantes para conseguir el tercer lugar, su intento fue infructuoso, algo muy parecido que vimos en el caso de ayer con Suiza, que merecía más que Polonia mantenerse en competencia o con el de Croacia en circunstancias similares frente a Portugal. No otro fue el saldo en el Hungría versus Bélgica de hoy, pues si en anteriores entregas proclamé que la apertura de un fútbol ofensivo era lo deseable, en estos ejemplos quienes lo aplicaron salieron con las manos vacías. Sin embargo, en descargo de mis dichos debo apuntalar que el objetivo de lanzarse a la portería rival debe cumplirse marcando antes de que los rivales te vacunen. Sea de una forma o de otra, la sentencia del entrenador uruguayo Carlos Miloc Pelachi se sostiene: siempre “el gol es el táctico”.


Los otros dos partidos de la ronda de octavos de final apenas levantaron por un momento cierto grado de expectación. Francia dio un primer tiempo para el olvido pero en el segundo supo remontar la desventaja con un doblete de Antoine Griezmann. Su situación, una vez citada la frase de Miloc, queda ilustrada por la resolución al dilema de este torneo de que es preferible un gol (llamado de vestidor) en contra al primer minuto de juego que en el último (si no que les pregunten a los austriacos): como el penal en contra lo recibió en el primer minuto de juego, los galos tuvieron todo el resto del partido para replantear su estrategia y salir avantes en tal empresa frente un rival de no tan altos vuelos. En cambio en el caso de Eslovaquia ante Alemania (a la cual había derrotado apenas en mayo pasado en un encuentro amistoso) ni las manos metieron, o mejor dicho, se quedaron en aproximaciones (por lo menos un par de ellas) que Neuer salvó o que los mismos eslovacos erraron. Y el gol de la quiniela lo hizo el jugador Jerome Boateng quien por su color de piel hizo decir a un ilustre vicepresidente del partido euroescéptico (whatever that means) de ultraderecha alemán: “La gente lo considera un buen futbolista, pero no quiere tener a Boateng como su vecino”. Tras esa declaración habría que suponer que no festejó este gol del futbolista con ascendencia ghanesa, pero sí los de los güeritos Mario Gómez (si es que en sangre de ascendencia española no se cruza algún gen moro) y el de Julian Draxler (que aquí entre nos fue de una ejecución portentosa).


Apostilla: Y no, no fue por el endiabladamente brillante desempeño de la selección belga (por su distribución de juego, asistencia y lucida anotación de hoy sembrando rivales fuera del área grande Eden Hazard es junto con Grosicki y Shaqiri lo más notable hasta el momento) que recordaré esta llave de octavos de final propinándoles un contundente 4 a 0 a los magiares (y eso que su icónico arquero Király los salvó de otros 5 más). Más bien lo memorable para mí es la comunión establecida entre jugadores y afición. Caramba, acabaron apabullados, pero dejando de manifiesto que pusieron todo de su parte (por supuesto nada que ver con seleccionados en regiones más australes de este lado del océano, peormente llenados de cuero, pero cuyos bolsillos lo están también de dólares) y como premio a tan leal esfuerzo al unísono, ellos desde la cancha y los hinchas desde la tribuna armaron una peculiar "cámara húngara" entonando su himno nacional y semejante acto revitaliza eso de lo que hablaba al principio: en medio de un mundo globalizado en el que el único color que priva es el del verde de los dólares, todavía es posible encontrar un hondo sentimiento de identidad bajo los colores de una misma bandera, los sabores de una misma tierra y la autoafirmación (construida muchas veces a sangre y fuego) a partir de unas mismas tradiciones, lo cual nos recuerda que el futbol sirve todavía para afianzar eso.

No hay comentarios: