miércoles, 27 de agosto de 2008

Citius, altius, fortius...


16 días de competencia olímpica se fueron como el agua que Michael Phelps iba dejando tras de sí cada vez que ingresó a la alberca del Cubo de Agua pekinés, y en medio de la cruda que nos ha dejado su conclusión creo que se impone realizar un recuento en conjunto de este magno acontecimiento. Y yendo de lo cercano a lo lejano, estimo sumamente complejo evaluar la participación de la delegación mexicana, al margen de que en ello le va a uno no sólo la expectativa por ir conociendo los resultados de cada deportista, sino por anhelar que su desempeño fuese más destacado. Y es entonces cuando entramos al terreno de la relatividad, porque en gran medida que esos resultados positivos no se produzcan es debido (voy a repetir una obviedad) por una falta de estímulo en este rubro; y por el otro lado evidencia que aquellos logros obtenidos (las tres medallas de esta olimpiada, dos de ellas en tai kwan do, deporte que se ha convertido en lo que antes era el boxeo en cuanto a resultados positivos) son más bien fruto de un esfuerzo aislado.

Así las cosas, el deporte termina aterrizando en otras esferas, de lo político y lo público. Y precisamente dentro de esta última esfera no se nos puede escapar mencionar algo sobre la cobertura televisiva, misma en la que el grupo de Azcárraga Jean se dice ganadora. Desde luego que si se refieren a la señal abierta no habría mucho que discutir, si bien de acuerdo a una nota que leí en Milenio hace como semana y media parece ser que fue una victoria pírrica, pues en cuanto a audiencia Tv Azteca llegó apenas a 7 puntos y Televisa alcanzó casi 15. Dicha nota culpaba como motivo principal de esto a la ausencia de la selección mexicana de futbol en la justa olímpica. Pues bien, más allá de eso y del plus que intentan integrar ambas televisoras, lo cierto es que yo mejor acudí a TVC Deportes donde, ahora que lo pienso, apareció insólitamente tranquilo el profesor Nelson Vargas comentando sobre natación (lo cual hizo insuperable la narración de esas pruebas), cuando su hija ya llevaba varias semanas secuestrada; inclusive en el rubro de comedia los así llamados "villamelones" resultaron más amenos que el Compayito, Derbez, Chaparro y Brozo (con todo y su "chica medallas" y Mayrín Villanueva) en caracterizaciones ya conocidas, lo mismo que Tachidito e Inés Gómez Mont con los gritones de Azteca Deportes, quienes demostraron que sin José Ramón Fernández no son nada. Por eso también, aunque lo agarre de patiño Andrés Bustamente, confieso que lo único que extrañé en las transmisiones fue a él y al Hooligan.

Hablando sobre el área de la organización, al terminar la inauguración el pasado 8 de agosto lo declaré enfáticamente (sin que se hubiera disputado aún una sola medalla): China acaba de ganarle a Estados Unidos los Juegos Olímpicos. Analistas financieros presagian un declive económico para este país en fechas próximas, debido en parte a la resaca olímpica, pero lo cierto es que el modo como le ha levantado la moral (por si les hiciera falta) a esta nación va a desembocar en una nueva bipolaridad, con los restos del imperio yanqui tratando de prevalecer contra este empuje asiático. Y es que China tiene una estrategia más completa de frente a nuestros vecinos del norte, sustentada, claro, en esa eficiencia comercial de los últimos años (que es de lo que en México carecemos), a la cual se suma la raigambre de una cultura milenaria (que es lo que sí tenemos), un modo de ser como sociedad. Por eso no puedo hablar, en cuanto a competencia, que China sea como la Alemania de Asia: no, eso lo será Japón, que igualmente guarda ese afán de superioridad como necesidad, como algo impuesto. El espíritu chino tiene filosófica y socialmente inculcado, al margen de su acendrada superstición, el principio de la disciplina, y esto quedó de manifiesto en ambos planos, el deportivo y el organizativo y de infraestructura. Para ponerlo de relieve de una manera más clara: el espíritu alemán se fundamenta en demostrar ser superior al otro; el espíritu chino es susceptible de lograrlo al margen de su comparación con el otro, sino en encontrar en ese anhelo de elevar al hombre por encima de sí mismo un hábito, una forma de vida.

Debido a esto, no se trata por tanto de una fórmula que se aplique a un solo país en el mundo, ya que puede aterrizar en cualquier ser humano, y haciendo a un lado las separaciones geopolíticas, lo cierto es que, como pocas veces, pudimos presenciar eso, la constatción del hombre por ir más allá de sí mismo y, aunque globalmente China ganó la justa deportiva, de las tres figuras que se quedarán grabadas en el imaginario popular ninguna pertenece a este país. Tal vez el impacto de su aportación a la historia deportiva mundial estriba en haberse conjuntado en un mismo tiempo y lugar para realizar el portento de sus hazañas, pero también el contexto opera en favor de lo inusitado para valorar sus logros. Así las cosas, tomando como parámetro el lema olímpico puedo referirme a Usain Bolt como el hombre que refrendó el citius olímpico rompiendo dos récords de velocidad (mismos que no se habían registrado dentro de una competición olímpica); el altius corresponde a Yelena Isinbayeva, cuyo logro se vuelve significativo porque además de que también impone su marca histórica dentro de esta comptetencia (y en el último intento que le quedaba), porque quizás (hablo desde el trasfondo de este espíritu chino) más difícil que romper el récord de otro es hacerlo con el de uno mismo; y el fortius le toca a Michael Phelps, en razón de que más allá de superar la marca de Mark Spitz, entrar exitosamente tantas veces a la alberca fue más una prueba de resistencia y de fortaleza tanto física como mental. Para ellos, como reza nuestro himno, simbólicamente yo desde aquí les ofrendo la "guirnalda de olivo"...