viernes, 9 de abril de 2021

NOSTALGIA DE UN ANTIGUO REINO: DANTE, BAUDELAIRE, TABLADA, LÓPEZ VELARDE, COMO CONSTELACIÓN POÉTICA


 «Mira colui con quella spada in mano,

che vien dinanzi ai tre sì come sire:

quelli è Omero poeta sovrano;

l’altro è Orazio satiro che vene;

Ovidio è ’l terzo, e l’ultimo Lucano.

Però che ciascun meco si convene

nel nome che sonò la voce sola,

fannomi onore, e di ciò fanno bene».


Così vid’i’ adunar la bella scola

di quel segnor de l’altissimo canto

che sovra li altri com’aquila vola.


«Inferno. Canto IV»,—Dante Alighieri


1. Ut pintura poiesis

Si el 2021 de por sí viene perfilado con un conmemorativo sello lírico, este mes de abril (que por fechas relacionadas a Cervantes y Shakespeare constituye cada año una fiesta de libros) se ha vuelto un gozne de efemérides. Plumas que son pararrayos, pergeño aquí un esbozo de constelación entre cuatro poetas que la marea del tiempo y sus paralelismos en el calendario ha colocado hombro con hombro, como en el pasaje arriba citado de la Divina Comedia, o como en el Cuadrivio de Paz. Pudo haber sido Eliot, o Paz, o Borges (googleo la frase y descubro que se trató de José Vicente Anaya) quien decía que todos los poetas son uno solo, así que partiendo desde cualquier coordenada el trayecto nos conducirá indefectiblemente a nuestro puerto de arribo.

Trazo un primer paralelo: ¿no fue Dante a su modo un flâneur? Derivado del problema de no poder situar con certeza las marcas fronterizas entre el Dante autor, el narrador y el personaje, suena algo estrambótico imaginarlo atento a baratijas, mendigos o prostitutas (parte de su inflexibilidad para dejarse guiar por un criterio de lo sublime en términos aristotélicos) y de la moral en términos tomistas e inclusive escolásticos, pero gran parte de su drama existencial se desenvolvió en las calles de Florencia donde conoció a Beatriz, de donde alguien vino a informarle que había muerto y también desde donde arribaron a su casa, saqueándola, los militantes de aquella facción güelfa que lo desterró, obligándole a trashumar por las calles de Roma (donde recibió la noticia de su defenestración), Verona, Padua (donde conoció a Giotto), Sarzana, Lucca, Rávena y Venecia (donde, según las fuentes más confiables, se contagió mortalmente) todo un cosmopolita pues, como para concebirlo un hombre del Medievo.

Su viaje hacia las esferas extraterrenales inicia durante el equinoccio de primavera, periodo del año quizá el menos propicio para que un 9 de abril viniera el contramaestre hiperestesiado, el dandy parisino. Dante anuncia los albores de lo que será la edad moderna prefigurando la posibilidad de enlazar los distintos saberes de su tiempo: teología y aristotelismo, mística árabe y praxis política. Baudelaire indica su resquebrajamiento y prueba los placeres de su época para llenar la vacuidad existencial que comienza a corroer el espíritu del prójimo, mon semblable. Un doble movimiento de errancia los une en modo de una geometría inversa: il miglior fabbro procura volver de donde procede; el poeta parisino procura salir de sí mismo. De forma meridional su viaje lírico los sitúa a mitad de camino: Dante pudo bien rubricar que en ese punto se encontró en “forêts de symboles qui l’observent avec des regards familiers”, a lo que Baudelaire replicaría que en su naturaleza de vivientes pilares se “ritrovai per una selva oscura/ che' la diritta via era smarrita”.

Y en este punto no está de más la máxima horaciana: ut pictura poiesis. Connivencia de las artes: las escenas de la Commedia han sido recreadas por toda una pléyade de pintores (e incluso su creador en vida fue retratado por Giotto); por su parte Baudelaire hace crítica de arte al tiempo que poetiza rasgos notables de la obra de sus artistas predilectos. En su poema “Los faros” pasa revista con epítetos que dejarán su impronta indeleble en varios de ellos, de un modo un poco más prolijo que la técnica de Dante en singulares pasajes de su Commedia (como sucede en el canto IV al referirse a aquellas figuras más relevantes de la historia y la mitología griegas). Tal es el caso de Delacroix quien funciona como otro gozne de esta conexión por el modo en que describe el cuadro “La barca de Dante”:

Delacroix, lac de sang hanté des mauvais anges, 

Ombragé par un bois de sapins toujours vert,

Où, sous un ciel chagrin, des fanfares étranges 

Passent, comme un soupir étouffé de Weber;

Ces malédictions, ces blasphèmes, ces plaintes, 

Ces extases, ces cris, ces pleurs, ces Te Deum,

Sont un écho redit par mille labyrinthes;

C'est pour les coeurs mortels un divin opium!

Sirva esta muestra para precisar cómo el punto de arranque es similar y radical el modo de enunciarlo: si con Dante comienza la difusión digamos ecuménica del verso endecasílabo (y del formato del soneto, justamente el que emplea Baudelaire en “Correspondances”), con el simbolismo cobrará preeminencia más allá de las fronteras de la poesía en lengua franca el alejandrino. Amén habría que agregar, ya entrados en los terrenos de la técnica, que si de suyo la obra magna de Dante canta y cuenta a la vez, su Vita nuova contiene segmentos en verso y en prosa, mientras que Baudelaire acrisolará, no sin reconocerle el crédito a Aloysius Bertrand, a partir de El spleen de París, el género mixto del poema en prosa, ése que adelantando el camino, desarrollará con maestría en el altiplano mexicano López Velarde (en torno a quien gira la efeméride poética nacional del año al cumplirse un siglo de su muerte) con El don de febrero y El minutero.


2. La balsa de Medusa

Detrás de ello reside esa sensación de no estar del todo, de una vacilación existencial. Si Dante la vivió como desarraigo, no perdió en cambio la aspiración a la unidad. En cambio, quizás anunciando una idea de relativismo, de cómo todo lo sólido se desvanece en el aire, Baudelaire se crea una máscara y actúa su papel a fondo. Un poeta mexicano, José Juan Tablada, nacido justo hace 150 años (en el mes que engendra lilas muertas) y gran medida heredero suyo facturó una de esas nociones de alteridad manifestadas a través del simultaneísmo (recurso aprovechado intensamente por Octavio Paz) como en el poema “Nocturno alterno”:

Neoyorquina noche dorada

                                      Fríos muros de cal moruna

Rector’s champaña fox-trot

                                      Casas mudas y fuertes rejas

Y volviendo la mirada

                                      Sobre las silenciosas tejas

El alma petrificada

                                      Los gatos blancos de la luna

Con la mujer de Loth

No sólo la ubicación del yo lírico sino la expresión misma se haya también fracturada. Como Dante (y también por razones políticas), Tablada sufrió el destierro y fue fuera del país que se enteró de cómo su mundo material y espiritualmente hablando fue destruido, algo que Baudelaire pudo rubricar con estas imágenes:

Il me conduit ainsi, loin du regard de Dieu,

Haletant et brisé de fatigue, au milieu

Des plaines de l'Ennui, profondes et désertes,

Et jette dans mes yeux pleins de confusion

Des vêtements souillés, des blessures ouvertes,

Et l'appareil sanglant de la Destruction!

Sin embargo será en el ámbito local, más allá de algunas desaveniencias estéticas, que Tablada encuentre la resonancia del modo en que el apocalíptico caballo bélico con su “appareil sanglant” desdibujó sus opiáceos ensueños:

Y la fusilería grabó en la cal


de todas las paredes

de la aldea espectral,

negros y aciagos mapas,

porque en ellos leyese el hijo pródigo

al volver a su umbral

en un anochecer de maleficio,

a la luz de petróleo de una mecha

su esperanza deshecha.


El poema al que pertenece este fragmento desde su título, “El retorno maléfico”, evidencia su estirpe baudeleriana. Comienza con una negación: ese “mejor será no regresar al pueblo” equivaldría en el caso de Dante a negarse a su incursión catabásica; subyace una sensación de resentimiento pues a pesar de la advertencia se ingresa a ese (con justa razón denominado) “edén subvertido” a fin de expiar un castigo por una falta cometida (como "El albatros", no sólo el de Baudelaire quien sufre una condena por ser quien es, sino también el de Colerigde) y para el universo velardeano consiste en haberle dado la espalda a lo que dejó detrás, a esa provincia que abandonó o que fue abandonado por ella y al retornar a su seno no hay posibilidad que lo haga en calidad de hijo pródigo pues su terruño ya no es sino una tierra baldía.

        Aquí se localizaría otro punto de contacto entre las cuatro luminarias mencionadas, señalado por Sartre y que Geroge Blin secunda (cfhttps://www.zendalibros.com/sobre-baudelaire/) al catalogar a Baudelaire como un rebelde, un transgresor, pero no como un revolucionario, en virtud de que no aspira a cambiar un estado de cosas sino a únicamente a contravenirlo. Quede este juicio asentado en el plano político e inclusive, amén del poeta del spleen, extendámoslo lo mismo a Dante que a los poetas mexicanos aludidos: todos ellos podrían rubricar ese talante más bien reaccionario. Los cuatro (si bien cada quien a su modo) guardan nostalgia por un antiguo régimen. Sin embargo en el plano estético el panorama es distinto de raíz: si Baudelaire señala una inmensa nostalgia por el reino de un “vieux chaos”, el modo de enunciarlo creó un quizás no dolce, pero sí “stil nuovo”, mientras que en Tablada y López Velarde se cimentó la moderna tradición poética mexicana.

        A contrapelo sin embargo resulta ser el mensaje en la sublime composición con la que López Velarde cierra su obra, escrita con fecha del 24 de abril de 1921, y publicada en el mes cuando moriría, en la revista El Maestro, inserto de esta forma en el programa del nacionalismo revolucionario de Vasconcelos quien, según un estudio de Armando Leines Mejía (cf. http://zaloamati.azc.uam.mx/handle/11191/2242), bautizó así esta revista en alusión al papel pedagógico que dentro de la Commedia desempeña Virgilio con respecto a Dante.

        Por su parte el poema velardeano representa una llamada de alerta porque todavía algo puede rescatarse ante la alienación que está sufriendo su “suave patria”, lo mismo por los foráneos embates estandarizadores a causa de los cuales “quieren morir tu ánima y tu estilo” (en su prosa “La fealdad conquistadora” esta tesis se hace más patente), que por el impulso rapaz de las facciones echadas a andar tras el movimiento revolucionario: “quiero raptarte en la cuaresma opaca/ sobre un garañón, y con matraca,/ y entre los tiros de la policía”. El saldo no obstante ante un entrañable mundo que parece naufragar es más optimista, y de tan prístino su cauterio raya en lo evidente: “Patria, te doy de tu dicha la clave:/ sé siempre igual, fiel a tu espejo diario”. En contrapunto del periplo empezado en las llanuras toscanas, los endecasílabos velardeanos replican con estrofas que parecen cierre de sonetos sin cuartetos, pero en consonancia con su propuesta, amén de los pareados, hacen gala los tercetos monorrimos que sobresalen como quien de nuevo apunta a lo evidente, como quien por un momento hubiese olvidado que aún puede hundir su vista en lontananza:

Suave Patria: tu casa todavía

es tan grande, que el tren va por la vía

como aguinaldo de juguetería.

Y en el barullo de las estaciones,

con tu mirada de mestiza, pones

la inmensidad sobre los corazones.

Asimismo, Víctor Manuel Mendiola (cf. https://www.milenio.com/cultura/laberinto/suave-patria-100-anos-fantasma-caudillo) ha señalado un trasfondo simultaneísta, debido quizás a que “La suave Patria” acude a una revisión del momento fundacional del mestizaje americano contrastado con el panorama que se presenta ante el México posrevolucionario. Siguiendo una de las tesis repasadas por Giorgio Agamben en El reino y el jardín, el paraíso no se halla en un ámbito ultraterreno sino en el plano sublunar terrestre, pero el problema es que hemos sido exiliados de él.


3. Colofón

Flashazos, instantáneas guardamos de nuestra estancia paradisiaca, algo de cuya plenitud nos rescata esta conversación con los difuntos (Quevedo dixit) que resulta sacar a la luz de vez en cuando los bucles del tiempo que nos alumbran la selva oscura. Como en la escena dantesca del canto IV (un auténtico paraíso dentro del infierno), guiado por Virgilio, el poeta toscano departe con Homero, Lucano, Horacio y Ovidio, lo cual le permitió recurrir a una especie de simultaneísmo, algo así como un anticipo de la teoría de las cuerdas de la física cuántica, pues en ese pasaje los poetas aludidos están muertos y vivos a la vez. Mirar las constelaciones de noche es también echarle un vistazo al pasado, a épocas pretéritas de nuestro universo, al brillo que nos saluda desde cuerpos celestes que, a años luz de distancia, han muerto hace ya mucho pero cuyo fulgor astral no nos abandona, en tanto que realizan una de esas formas de “l’amor che move il sole e l’altre stelle”…

ADDENDA: “E CADDI COMO CORPO MORTO CADE”. DÍA INTERNACIONAL DEL BESO

A Fernando Reyes, antologador de besos en tiempos de mudanza


Las efemérides vuelven a coincidir: este año el día internacional del beso coincide con la revisión que a nivel mundial se está haciendo del aporte de Dante no sólo a la literatura sino a la cultura universal. Habrá entonces que decirlo llanamente: es altamente probable que de entre las primeras alusiones al beso amoroso y sus más drásticos efectos esté registrado justamente en el canto V del Infierno dentro del episodio de Paolo y Francesca Da Rimini. Desde luego habría que remitirse a Catulo (me apoyo aquí en la versión del siempre añorado Ernesto Cardenal) quien en uno de sus encendidos poemas a Lesbia clama:

Dame mil besos y después dame cien más
y después otros mil más y después otros cien más
y después otros mil más y después otros cien más
y muchos miles más hasta que enredemos la suma
y ya no sepamos cuántos besos nos damos
ni los envidiosos lo sepan.

Otro tanto puede decirse de Ovidio y su Arte de amar quien en su manual erótico aconseja: “Procura dejar al descubierto el hombro izquierdo, esto les sienta muy bien a las que son muy blancas; yo, enardecido, quisiera cubrir de besos lo que se nos ofrece a la vista”. Sin embargo la weltanschaunng de Dante es muy otra y si bien sus referentes además de la mística árabe y la teología cristiana tiene un pie hundido en la cultura grecolatina, su sensibilidad se halla más cercana a la poesía provenzal y las leyendas artúricas, como en el episodio que es fuerza comentar a continuación. Pero antes una breve digresión explicatoria.

A finales de los ochentas, en mi grupo de ingreso a la licenciatura en Letras de la UNAM, conocí a Fernando Reyes. Mi primer contacto con él fue en clase con la Dra. Margarita Murillo, quien nos pidió repartirnos el temario para exponer en su materia de Historia de cultura en España y en América: él y yo entramos en controversia porque ambos elegimos a Dante. A la postre ninguno de los dos pudo exponer al miglior fabbro, pero pasó el tiempo y la pasión dantesca (en el mejor de sus sentidos) continuó haciendo efecto y en algún momento coincidimos en reuniones de amigos en su casa leyendo poesía y degustando los clásicos versos como “amor condusse noi ad una morte”, “caddi como corpo morto cade” o “Nessun maggior dolore/ che ricordarsi del tempo felice/ ne la miseria”. Una de esas formas de dicha pasión no sólo nos ha arrojado a la aventura de escribir poesía (y él también novela y crónica) sino de hacer libros, antologías propiamente dicho, como la de Melíferas bocas. Antología del beso en la poesía iberoamericana (2004), que Fernando preparó y en la cual tengo el privilegio de figurar junto con toda una pléyade de excelentes plumas.

En un puente que se traza de 700 años de un lado a otro del Atlántico somos en más de una forma deudores de un modo de estar y percibir el mundo, de esa preceptiva sentimental que vertieron en su palabra los poetas del fin amor’s y del dolce stil nuovo, y en este caso particular, de encontrar ligado al acto del beso con la enunciación poética: esto es, besar y dedicar un poema son fórmulas de cortesía para establecer un vínculo amoroso. Hasta aquí nada de esto sería traumático y carece de tintes dramáticos, pero así no tiene chiste pues como bien sabemos toda obra literaria tiene se alimenta de los conflictos humanos, y el amor literaturizado y concebido desde las cortes provenzales necesita de un impedimento insuperable: así se plantea en el caso de Tristán e Isolda, así también con Lancelot y Ginebra, que conforman el intertexto de Paolo y Francesca, entrecruzamiento situacional cuya vigencia se extiende hasta la más reciente infidelidad (real o inventada) de la que tengamos noticia (y como soundtrack aquí bien podríamos poner la canción de Soda Stereo, “Té para tres”).

La actualidad del canto V del Infierno radica ya no en la abyección de la lujuria en la que cae la galería que el poeta toscano repasa en este pasaje, sino en la más o menos aún válida axiología de la traición conyugal por causa amorosa. No obstante en el caso de los amantes condenados a estar unidos por la eternidad hay una serie de matices y repercusiones más que dignas de ser resaltadas. Como los mismos cánticos dantescos empecemos de lo general a lo particular: el segundo círculo es después del limbo uno de los sitios cuya severidad de los castigos resulta ser más leve. Minos, que en su calidad de juez figura como un escucha de los procaces delitos, puede encontrar su resonancia cada vez que en una charla de café, de cantina, telefónica o en la banca de un parque, dentro de cuatro paredes o al aire libre, alguien confiesa sus pecados. Eco del mismo confesor (analogía que el mismo Dante habrá de compartir), el rey de Creta aparece como juez y simultáneamente se encuentra involucrado en un triángulo zoofílico: de la cópula extramarital de su esposa Pasifae con un hermoso toro se gestan a un tiempo el monstruoso Minotauro y la no menos monstruosamente bella tauromaquia. Este ser mitológico como se sabe, habitaba al centro de un laberinto, metáfora de la condición de callejón sin salida en que ve toda aquella víctima de una pasión amatoria.

El punto aquí sería: ¿Paolo y Francesca en su condena de contrapaso (ideada por Dante) se han librado de padecer los rigores de su enceguecido anhelo? Tratándose de toda gran obra literaria no hay verdades últimas: precisamente en esta parte el poeta toscano hace uso de la elipsis que, como diría el bolero acude a la discreción del espectador y escucha: “quien sepa de amores que calle y comprenda”, parece decirnos cuando un libro de caballerías fue la vía de encuentro de dos almas y de dos cuerpos (la fórmula absoluta de Octavio Paz descrita en La llama doble, esto es, la flama roja del amor físico que sostiene la flama azul del amor anímico, por así decirlo). El fragmento consagrado de este canto al dejar una huella indeleble del beso (unido al acto de leer pues en ambos casos nos abstraen del cartesiano eje espacio-temporal, nos conducen a otros universos) con toda su carga trascendental y mortífera reza así:

Quando leggemmo il disïato riso

esser basciato da cotanto amante,
questi, che mai da me non fia diviso,
la bocca mi basciò tutto tremante
Galeotto fu ’l libro e chi lo scrisse:
quel giorno più non vi leggemmo avante".

En otras palabras, el fin de la lectura dio paso a otra cosa que no se enuncia pero que se entiende. Resulta pues inconcebible que estos versos no despertaran la imaginación de los siglos venideros una de tantas repercusiones tendrá lugar en las  dos versiones escultóricas de Auguste Rodin, una de las cuales, la más conocida, en un proceso diríamos de síntesis terminó cambiando su nombre de “Francesca Da Rimini” a simplemente “El beso”. La otra versión aparece en el conjunto escultórico denominado “La puerta del infierno”, encargada por el Ministerio de instrucción Pública y Bellas Artes en 1880 (nueva connivencia de las artes de nuestros dos poetas pluricentenarios dado que episodios de la Commedia y Les fleurs du mal constituyen la inspiración de dicha obra plástica) y en la que la presencia de Camille Claudel se hace manifiesta de un modo más decisivo que el de una simple ayudantía (en términos profesionales e incluso personales en virtud de la profunda y transtemporal relación que los uniera). En ella los amantes se muestran unidos sí, por la tromba que los arrastra pero no besándose: el beso como elemento unitario ha desaparecido y ahora el vínculo es el de sufrimiento físico del torbellino que los azota contra las murallas. Rodin actualiza el entrecruzamiento de dos tiempos dentro de dos posturas: el acto del beso procede de un pasado mientras que dentro del castigo ya no vuelve a mencionarse que realicen este acto de ternura. ¿Pero de veras dejaron de hacerlo?

Varias interpretaciones han deslizado la posibilidad de ver reflejada en la condena de Paolo y Francesca una condena semejante a la que dictan las leyes del matrimonio (“unidos hasta que la muerte los separe”), pero que incluso las trascienden. Por mi parte creo que la reacción de Dante al contemplar la escena es la principal fuente de información para establecer otras lecturas. Etimológicamente la palabra “obsceno” significa algo que está fuera de escena y la filmografía de índole erótica acude a esa elipsis precisamente para que sea el proceso hermenéutico del espectador el que saque sus conclusiones. No es mi intención prefigurar aquí la posibilidad de que fuera la contemplación de un acto de lascivia por parte de la pareja lo que desvaneció al poeta toscano, sino algo que tiene su punto de partida y va más allá de eso, es decir, que en el sitio donde reina la mortandad tuviera lugar el acto vital más humano, la revelación de encontrar en efecto un amor más allá de la muerte.

Juntemos las dos versiones escultóricas de Rodin (en 1886 “El beso” fue sustituida por otra más acorde no al texto en sí de Dante, que como dijimos no da pie explícitamente para ello, sino de las interpretaciones oficiales supeditadas a lo que debería ser el padecimiento de dos penitentes) en una. El contraste resaltaría en forma de contrasentido. Traigo a colación el otro episodio inefable que no de conmiseración sino de epifanía tiene lugar en su Commedia y es cuando arriba al cielo empíreo al final de su relato, stairway to Heaven, elevación versus caída. Nuestro bagaje cultural permite desglosar las diversas metáforas para enunciar el coito desde una muerte chiquita, hasta una caída hacia arriba, el momento de un éxtasis cuasi místico emparentado con una agonía. En este caso en concreto de Paolo y Francesca no me aventuro a tanto, o mejor dicho sí, a algo más, a la posibilidad de una abstracción incluso de la penitencia sufrida, a un beso más allá de la tumba: un beso tan hondamente sentido que obnubila el mundo y todo lo que nos rodea. Una unión más mortuoria que la muerte misma, diríase.