
Más allá de las metáforas y comparaciones históricas,
este día presenciamos un verdadero enfrentamiento del nivel que corresponde a
una Eurocopa, intenso, forcejeado, con una leal rispidez (de hecho por
acumulación de tarjetas Aaron Ramsey se perderá el juego de semifinales) y con
anotaciones soberbiamente trabajadas: la de Nainggolan pareció ser un obús de
la artillería teutona, laboriosamente contrarrestadas por las tres de los
galeses a cargo del capitán (en claro ejemplo de inspiración que conlleva dicha
responsabilidad) Ashley Williams, Robson-Kanu y Sam Vokes. En mi humilde
apreciación fue el partido más agradable de este torneo, no sólo por lo que
estaba en disputa, sino porque confrontó dos escuadras cuyos antecedentes
anticipaban incluso un resultado opuesto al que se produjo, por lo que el
ingrediente sorpresa es un adicional. Sin embargo, más que sorpresa el
desempeño de los galeses es la confirmación del encanto feérico que tiene esta
Eurocopa y que siempre subyace dentro del espíritu del futbol, encanto del
momento, de ese ritmo o inercia a favor en que se han montado tanto el juego
del combinado de Gales como el de Islandia. No es asunto de que por arte de
magia las jugadas salgan, es el empeño puesto en ellas con fe y determinación.
Las figuras belgas bien podrían parecer enemigos formidables, pero los galeses
respondieron de fórmica manera y sí, como hormigas obreras (salir a jugar de
rojo coopera para cromatizar la metáfora) trabajaron el partido. Opacaron a
todas las figuras que desfilaron en la grama de Lille, incluida la propia, pues
el prestigio del mismo Bale acabó subordinado a la labor de conjunto, tarea
doblemente plausible por la actitud y por los resultados. Felicidades Gales.
Y ya que en efemérides andamos, el pasado 29 de junio se
ajustaron los 30 años de la final de México 86, gran pincelada para clausurar
un torneo que vino a sentar precedentes a nivel de los sistemas de juego (por
contraste hará ver la fealdad de Italia 90 y en cierta medida de Estados Unidos
94 de forma casi obscena, por mencionar sólo sus métodos extremos para
determinar a los que habrían de ser los monarcas en dichas competencias) y de reformas
en las reglamentaciones (el modo como se disputan los octavos y cuartos de
final se implementó desde entonces). Fue el otro gran escollo a superar por
parte de la escuadra albiceleste y en honor a la verdad la numeralia nos dice
que obtuvieron el grado aprobatorio con carácter de suficiencia. Como en el
caso ante Inglaterra sólo un gol marcó la diferencia, claro que la categoría de
los mismos rebasa totalmente toda valoración numérica. El segundo tanto de
Maradona ante los ingleses vale por mil, o al menos 100 (por algo se le
denomina el gol del siglo) de cualquier otro delantero en la historia, y el de
Burruchaga, a pase del Pelusa, condensa el valor de todo un torneo. Esa última
anotación definió al monarca del mundo y en ello radica todo su valor.
De
acuerdo a este comparativo es viable analizar el trabajo de Maradona en ambos
encuentros. En el primero y en la semifinal lo hizo todo, incluso las
anotaciones: fue una labor como de adalid medieval enseñando a sus huestes cómo
se combate, de Quijote que en esta ocasión sí vence a los molinos de viento; en
cambio en la final los alemanes anularon eficientemente a Maradona como
anotador, y eso les dio una base a sus contrincantes para reponerse de la
desventaja, como suele ser la germánica costumbre. De hecho el gol de Brown
viene de un centro del mencionado Burruchaga, y el de Valdano de una asistencia
de Enrique, es decir, como en el caso de Gales ante Bélgica que hemos
comentado, esta vez en función del fórmico trabajo de conjunto los obreros,
infundidos de la convicción que les dio su mariscal de campo, igualaron el
tozudo empuje alemán. Sin embargo cuando los focos de alarma se encendieron
mostrando que la estrategia de Bilardo estaba haciendo agua, el capitán de
nuevo se hizo del timón y sacó la nave a flote: obnubilado durante 84 minutos
(bueno, en este punto es necesario que me desdiga un poco hablando de Diego,
pues sí hizo acto de presencia en jugadas previas a las de la asistencia para
los primeros dos goles argentinos) puso manos a la obra y con un soberbio
servicio a su comandante del flanco derecho, Burruchaga, culminó la obra y consumatum
est, ni siquiera los Ferrocarriles Unidos de Alemania (que en traducción del
eximio locutor Ángel Fernández eso quiere decir en castellano Hans Peter
Briegel) pudieron alcanzarlo. El Estadio Azteca se convirtió así en la Basílica
que consagró a su hijo dilecto del balompié.
Apostilla: En
el 86 vimos pues las dos formas en que puede jugar Argentina. Valdano decía que
Maradona era un solista (lo fue en efecto ante Inglaterra cuando hasta sus
compañeros se sumaron por momentos a los espectadores en la tribuna mientras el
maestro ejecutaba sus milagros) y Platiní un director de orquesta. Maradona
tomó la batuta unos cuantos minutos en la final del 86 para finiquitar el
asunto (que ya habían dejado bastante avanzado los discípulos). Como el ayer
siempre está hablándonos dentro del presente, ¿no sería bueno ajustar el
posible regreso de Messi a la selección de su país jugando así, como director
de orquesta y olvidándose del papel de solista, que aunque lo pudiera realizarlo
ya vimos que su fragilidad mental visualiza este reto como una carga un tanto
onerosa para él? Digo (pues donde digo Diego, esto es lo que dije).