miércoles, 10 de septiembre de 2008

Aún las mañanas son mejores...

En medio del tráfago de acontecimientos de actualidad (entre los cuales y de más reciente verificación, comentados en este mismo espacio, fueron tanto la Eurocopa como las Olimpiadas de Beijing) que atraen la atención de los televidentes, quiero dar cuenta de lo reconfortante que ha sido encontrar en Cablevisión un canal en el que la nostalgia (por tratarse de series de televisión que disfruté cuando era niño) como el gusto por las actuaciones y grabaciones bien hechas demuestran que un producto de calidad, más allá de los efectos especiales, sí es posible llevarlos a cabo. Me refiero al canal TCM sintonizado en la frecuencia 169 del servicio básico. Desde un par de años bajo esta señal pude volver a disfrutar de peliculones de la talla de Lawrence de Arabia, Dr. Zhivago o El puente sobre el río Kwai, por mencionar sólo unos cuantos (¿y podría pasar por alto Lo que el viento se llevó, Rebelde sin causa, Gigante, etcétera?). Sin embargo lo que sostiene de lleno la programación entre semana son las series televisivas y si bien con pretexto de satisfacer los impulsos de la añoranza se pueden cometer crímenes de lesa humanidad, como lo sería sintonizar este canal cuando transmiten La mujer maravilla, Hulk o El hombre nuclear, mientras que otras se defienden por el atractivo visual, como lo son Los ángeles de Charlie (inspiración irrefrenable para el despertar adolescente) o las acompañantes de Robert Wagner (no dejaré de envidiarle se haya llevado a lo oscurito a Natalie Wood) en Ladrón sin destino, lo cierto es que con producciones impecables y guiones inteligentes destacan, como podrán imaginarse, El superagente 86, y sobre todo El Gran Chaparral.

En mi imaginario juvenil tenía una vaga impresión de ese buen sabor de boca de algo que en su momento fue muy satisfactorio, pero ahora al revisar de nuevo la secuencia de capítulos descubro con suma claridad cuáles eran las virtudes de esta producción. Desde luego la idea era hacerle competencia a Bonanza, pero hay un par de elementos que puestos de relieve permitirán definir de mejor manera el espíritu de esta empresa que no tenía la otra serie: uno era la ubicación fronteriza de Arizona con el estado de Sonora, lo cual implicó la aparición de personajes de nuestro país, y no de manera secundaria como sin duda pudo haber sido. El otro implica la convivencia de los dueños del rancho con Cochise y demás horda de apaches. Habiendo salido al aire en el año de 1967, es necesario reconocer que la revolución cultural de esos años (o la contracultura tan apadrinada por José Agustín y otros prosélitos) debían afectar para ampliar los horizontes ideológicos de los gringos WASP promedio.

Histriónicamente hablando, los libretos exigían que los actores base se manejaran con suma soltura lo mismo dentro del drama que de la comedia, pues incluso en una misma escena se podía pasar de uno a otro estado de ánimo. La ironía también fue sutilmente manejada, por ejemplo en el capítulo titulado "Un día tranquilo en Tucson" donde de todo hubo (escenas en cantina del tío Buck Cannon, mientras el sobrino se compraba un par de botas con una niña que dictaminaba la moda del calzado y el sonorense Manuelito Montoya iba a ver a su querida que muy entrada en asuntos amorosos estaba con otro, todo ello enmarcado dentro de la encomienda de haber ido por provisiones al pueblo) menos tranquilidad. Sin embargo es en cuanto al humor pleno que esta serie difícilmente tendrá un parangón semejante: por ejemplo en el capítulo de hoy "El campeón de oeste" la historia se va enredando sin querer hasta alcanzar alturas de fina comedia, cuando en comitiva completa todos, incluida Victoria Montoya, van a Tucson a la feria del rodeo y su marido John Cannon promete no se pelearán y es lo primero que hace cuando un borracho le cierra el paso a su carruaje; Manolito Montoya se roba el sombrero de su hermana para dárselo a su querida, y Buck Cannon termina enredando en una maratónica pelea de box a su sobrino y al fin todos en algún momento se pelean a grado tal que el señor Cannon, creyendo que la pelea la ha ganado su hijo, golpea accidentalmente a su esposa dejándole el ojo morado. En fin que después de las arduas jornadas de trabajo para los peones del rancho, esta aventura en el pueblo me hizo recordar a cuatro alegres compadres que hace tiempo conocí cuando iban al centro de la ciudad de México en busca de licor y mujeres. Y en cuanto a la psicología de los personajes, en el capítulo de ayer en que se aparece el medio hermano de Annalee, primera esposa de John Cannon, el modo en que lo trata cada personaje denota una postura distinta: Blue Cannon conoce a alguien que lleva su misma sangre y como tal lo recibe, mientras que Buck Cannon lo hace con desconfianza (sentimiento que se confirma al final), dando a entender cierta celotipia a causa de su sobrino, y doña Victoria Montoya se deshace en atenciones para el enfermo (que viene con un disparo en la pierna) porque quiere a sus ojos legitimar el ocupar el sitio de su hermana.

Pero es sobre el planteamiento histórico e ideológico que la serie da un paso adelante, pues aborda el conflicto suscitado por la extensión del hombre blanco en territorios habitados ancestralmente por los apaches y la aparición de Cochise le da un referente cronológico. Al mismo tiempo, como desde los primeros capítulos lo asume el dueño del Gran Chaparral, hay un conflicto de intereses, más que de territorio por cabezas de ganado con el rancho del lado mexicano, perteneciente a don Sebastián Montoya quien, contextualizando la situación, no deja pasar la oportunidad de subrayar que sus vecinos del norte son, por decir lo menos, incivilizados. En medio de dos fuegos, la pragmática visión protestante de los inmigrantes llegados a Estados Unidos se deja ver cuando John Cannon decide, a través del matrimonio, aliarse con los Montoya para hacerle frente a las embestidas de los indios que, eso sí no lo podemos pasara por alto, son baleados al por mayor. Pero al menos a nivel discursivo plantea un anhelo que tiene en el pensamiento renacentista (propiamente de Tomás Moro) sendos antecedentes, cuando el jefe de los Cannon declara abiertamente que al aventurarse en esas inhóspitas tierras lo que desea es vivir en paz entre mexicanos y apaches, lo cual quiere decir entre europeos y aborígenes, en la misma línea como alguna vez lo soñaron Vasco de Quiroga, Bartolomé de las Casas y el padre Kino. Fundar en el fin del mundo una tierra donde la utopía (aunque televisiva) sea posible...