domingo, 1 de agosto de 2010

Un hermano de las cosas...


Como lo estipulo en la explicación de motivos para dedicarme a escribir este blog, el propósito central iba a ser presentar disertaciones sobre la obra de Jorge Teillier, y creo que ha sido lo que menos he hecho. Para resarcir un poco esta desatención, con motivo de que el pasado 24 de junio (noche de San Juan en la que los espíritus feéricos descienden al ámbito de los hombres y como dice la canción de Serrat: "Hoy el noble y el villano,/ el prohombre y el gusano/ bailan y se dan la mano/ sin importarles la facha") se cumplieron los 75 años de su venida a este mundo, inicio una serie de cinco entregas sobre el tema. Espero amable lector que al leerlas logre que se vayan por un rato "nuestras miserias a dormir"...

Hay una lista susceptible de variaciones de acuerdo al gusto de los críticos, pero con el paso del tiempo se va aquilatando al volverse más reconocida y comúnmente aceptada. La nómina áurea de los grades poetas chilenos comienza con Mistral, Huidobro y Neruda, quienes a su vez pasaron la estafeta a Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, Enrique Lihn y Jorge Teillier. Entre estos últimos, tanto Parra como Rojas y Lihn (quizás en este último este aspecto se encuentre un tanto matizado debido al trabajo realizado al lado de Parra, y por la importante revaloración que hace de Neruda, pero del fascinante Neruda que se le revela a través de las Residencias que llevan a Lihn a asumirse también como un poeta “residenciario”), se establece un claro objetivo de desmarcarse de sus antecesores en su búsqueda de una expresión original. En el caso de Teillier, por lo menos en cuanto a temática, no es así.

Sin embargo lo que singulariza al poeta de Lautaro es su tono y su enfoque. Como sus antecesores, Teillier es un cantor de las cosas, lo cual se integra como parte de una misión en la que es subsidiario de las emprendidas en su momento por Neruda, sobre todo con su Canto general y las Odas elementales, así como por Mistral con Poema de Chile. Pero a partir de aquí las diferencias comienzan a parecer. Lo que para estos dos poetas chilenos continentales constituye el tratamiento dentro de uno o dos libros de un tópico del momento, para Teillier es el gran tema, quizás a fin de cuentas el único dentro de toda su bibliografía. Además, desprendido de este aspecto, sucede que para Mistral y Neruda el hablar del entorno que le es propio tiene un carácter programático, casi como de escritura hecha bajo (auto)encargo (recuérdese el manifiesto de Neruda de 1938 titulado "Sobre una poesía sin pureza" y que inicia así: "Es muy conveniente, en ciertas horas del día o de la noche, observar profundamente los objetos en descanso: las ruedas que han recorrido largas, polvorientas distancias, soportando grandes cargas vegetales o minerales, los sacos de las carbonerias, los barriles, las cestas, los mangos y asas de los instrumentos del carpintero").

En su odas, el yo lírico de Neruda aparece casi siempre con un aura de autosuficiencia, como si estuviera haciendo el favor de emplear su estro poético en tales asuntos después de haber agotados los temas “trascendentales” de la vida, gesto paternalista de quien se sabe se ha apropiado con su voz de todo lo habido dentro y fuera de su país. En el caso de Mistral, su acercamiento tiene características maternales, pues si bien busca colocarse al nivel de los objetos referidos, lo cierto es que su orientación pedagógica evidencia que tal aproximación no está exenta de las prerrogativas propias de todo adiestramiento. Uno escribe pues, como si estuviera componiendo una poética guía turística; la otra como parte de un compendio de geografía natural y cultural.

Teillier en cambio habla desde otra prespectiva. No hay una intención programática (más allá del maniqueísmo que en su manifiesto sobre los “poetas de los lares” lo impele a lanzar invectivas contra poetas contemporáneos suyos por “desarraigados”), y sólo en determinados casos como en su poema “El aromo” parece tocar al objeto referido con afanes prosopográficos.

El tiempo lo guardó en su memoria
para soñar con él en las noches de invierno. [...]
El aromo es el primer día de escuela,
es una boca manchada de cerezas.
Una ola amarilla de donde nace la mañana,
un vaso de vino en la mesa de los pobres.
El aromo es un domingo en la plaza de provincia,
es lo que nace de la semilla
de un hueso de niño muerto,
la amistad de las ovejas y el molino
en los viejos calendarios
y la alegría de los brazos
que renacen cuando estrechan el cuerpo de quien aman.

Lo que en Mistral y Neruda es paradigmático, en Teillier es sintagmático, pues las cosas y el entorno que les da cabida figuran de acuerdo a la ocasión, no a manera de desfile o inventario. El hablante de sus poemas no pretende describir situándose al margen, como quien contempla desde fuera, sino al interior del ámbito que describe. No hay sensación de supeditación, sino de hermandad. Como si asumiera una actitud franciscana, Teillier poetiza al hermano bosque, a la hermana higuera, al hermano queltehue. No apologiza como Neruda ni tiene afán por rescatar para el conocimiento general la botánica ni la zoología de la región, como lo hace Mistral. De ahí que su sentimiento de pérdida resulte tan auténtico, tan propio de una persona que a cierta edad ve cómo va perdiendo, uno por uno, a sus compañeros de viaje en el transcurso de la vida.