lunes, 24 de agosto de 2009

Banalización de la cultura de masas...


¿Qué es lo más representativo de la llamada contracultura o cultura de masas? Pudiera ser algo tan elusivo como la masificación de un determinado gusto, y que de manera particular, desde los años sesenta hasta la fecha, ha sentado sus reales de forma característica dentro del área de la música popular. Recién acaban de conmemorarse los 40 años de Woodstock (y de un servidor) y no puedo evitar la reflexión en el sentido de que todo ese proceso que desencadenó, sin pasar por alto el saldo benéfico, ha caído también en una severa banalización del gusto popular (o folklórico, si nos apegamos más a la etimología sajona). Quizá lo que más resalte de aquella década prodigiosa es que logró una notable conciliación entre este gusto folklórico y el refinado. No obstante, dentro del campo de la expresión musical, son innumerables los ejemplos anteriores que unen una elevada manifestación musical creativa junto con un impacto muy amplio dentro de la sociedad: tal sería el caso de los valses del siglo XIX o del jazz, en el siglo XX.

El caso es que además del referido elemento se dio sello de entrada a un criterio que con el paso del tiempo (40 años con sus 40 y tantas noches) ha venido haciendo agua: la de establecer que la juventud, por dotar a su gusto de energía, entrega y frescura, tiene un gusto valioso.
Casi desde su nacimiento la ruptura se evidenció luego del concierto que ofrecieron los Beatles en el Shea Stadium de New York: si ni siquiera ellos se oían, ¿de qué podían sentirse emocionada la audiencia estridente, compuesta principalmente de jovencitas adolescentes, que concurrió según esto, a escucharlos a ellos (y no a escucharse a sí misma gritando)? Tal vez un temor semejante experimentaron Led Zepelin, The Doors y Bob Dylan al declinar la invitación de intervenir en el festival de Woodstock pensando que los asistentes iban a estar fumando, tomando, viajando o cogiendo y muy pocos dedicando su atención al cantante o grupo en cuestión que estuviera en el escenario.

Pero sin salirnos de la esfera musical y de sus (ahora) temibles consecuencias, hay que apuntar algo más. La magia desatada en aquellos años ha sido alimento recurrente para "el adulto contemporáneo" que en legítima y loablemente le da rienda suelta a la nostalgia al escuchar las rolas de su juventud y de esa forma combate y vence al corrosivo transcurso del tiempo. Como tal, el derecho a la nostalgia es inalienable, pero yo me pregunto: ¿cómo sentir añoranza de aquellas expresiones musicales (no encuentro otro término para denominarlas) que de suyo en su momento tuvieron una manifestación decepcionante, para decir lo menos, en términos de calidad auditiva, pero de alto impacto mediático (por cuestión de imagen, de mercado, de novedad, el que sea). Hace un año vino a dar una cátedra musical (aunque concierto se llamara) Joe Jackson demostrando la vigencia de su aporte más allá de los veinte años desde que "Steppin' out" nos lo revelara como un músico consumado al tiempo que en la televisión nos bombardeaba con conjuntos coreográficos que desde Parchís hasta Magneto consumaron el terrible atentado contra nuestros oídos.

Todo esto viene a colación tras enterarme que los ex Menudo cumplieron su amenaza de volver (¡encore!) a presentarse en México y no puedo sino extrañarme de que, si lo que ya no es vigente en términos de actualidad puede, merced a una elevada concepción musical, ser escuchado de nuevo con agrado, ¿cómo entonces catalogar lo que no tiene valor de calidad acústica, ni de vigencia, ni de imagen, porque el inexorable paso de los años muestra a los integrantes de dichos conjuntos "juveniles" panzones, entrados en carnes y ojerosos, ya que en todo caso la nostalgia es capaz de recrear lo que alguna vez fue, pero aquello que nunca existió sólo puede inventarlo? Que alguien por favor me explique...