lunes, 3 de noviembre de 2008

El trámite más inútil...

Son tiempos electorales en el vecino país del norte y todo apunta hacia el inminente arribo de Obama a la máxima magistratura política. Además de la simpatía por un hecho inédito que parece reconocer la presencia del elemento africano en la sociedad norteamericana (como si ésta no se hubiera dado de manera consistente en áreas como el deporte o la música, sólo por mencionar las más destacadas), poco hay que festejar, no sólo porque no existe ni el más mínimo indicio que dicho resultado redunde en provecho de los mexicanos, sino porque aunque se difundan las bondades del sistema electoral gringo, lo cierto es que su sistema político está haciendo agua desde hace tiempo. El gran peligro de la democracia, ese brillante invento de los griegos, radica en que unos son más iguales que los otros y cuando, por cuestiones pragmáticas, la ciudadanía cedió su voz a los así llamados "representantes" del pueblo, lo cierto es que le otorgaron el privilegio de ser representantes, pero de sus propios intereses (simplemente los aguinaldos, viáticos y prebendas que se autodestinan nuestros inefables diputados y senadores no hacen sino refrendar este aspecto). Por lo demás no se puede pasar por alto que en esencia aspirar a una auténtica democracia es quimérica en virtud de que nadie, por más comprometido que esté en su función de representatividad política, está dispuesto a renunciar a su provecho a cambio del de sus representados. En conclusión, no estamos hablando de que la democracia sea defectuosa (y que en sentido inverso esté en posibilidad de ser perfectible), sino que es falaz de origen. Y si los demócratas no logran coronar su empresa de llevar a un afroamericano a la presidencia, no habrá más que recordar lo sucedido en México hace más de un par de años, donde se demostró que el trámite más inútil, efectuado por nuestras instituciones, es la declaración del vencedor en la contienda por la presidencia: desde luego que uno puede votar por quien le dé la gana, pero está fuera del alcance de sus manos determinar quién habrá de ocupar tan alta investidura.

El montaje realizado por el sistema financiero mundial es otro ejemplo de ello: según esto el libre mercado resultaba la opción idónea porque, ya fuera como productores o consumidores, cualquier persona de estatus medio estaba en posibilidad de intervenir dentro de ella. Otra teoría falsa: si en el caso de un gobierno perverso que juega pendularmente con los recursos de la clase trabajadora en el caso de sus pensiones le permite desaparecer un infame monto de ellos, poco se puede esperar de la iniciativa privada al realizar el manejo de los mismos. Las instituciones financieras están diseñadas para medrar en detrimento de la gente que genera algo, muchas veces sólo un poco de riqueza. Resultaría cándido suponer que bajo tales principios el sistema mercantil globalizado se encontraría dispuesto a ejercer sus funciones de "manera socialmente responsable". No, para eso está, de nuevo, la sociedad, que suplantando la responsabilidad gubernamental ejerce labores de beneficiencia. Y cuando alguien como Slim, para deducir impuestos, of course, realiza este tipo de actos, mediáticamente emiten una apariencia de santos franciscanos. En fin, que viendo la velocidad con que las bolsas restablecen su dinámica sin mayor problema, y luego de encontrarnos frente a lo que García Márquez hubiera titulado "Crónica de un crack anunciado", es inevitable pensar en el artificioso tinglado que se levantó para desencadenar una recesión que afectará a los sectores que no participaron en la fabricación de este sainete. Con el daño calculado las repercusiones (como la automática repatriación de mexicanos indocumentados en Estados Unidos y sin duda de otros inmigrantes en otras partes del mundo) se verán a corto plazo.

Inmersos en un cúmulo de versiones encontradas (la que aquí emito se une a ellas) existe un argumento que ayudaría a sacar algo en claro: en términos del propio Maquiavelo se podría plantear la siguiente sentencia a la hora de intentar discernir quién entre el discurso oficial y el disidente está en lo cierto (aunque también creo adecuado asentar que la fórmula no es infalible, pero sí altamente precisa): cuando alguien tiene el poder, ¿para qué necesita tener también la razón?