miércoles, 4 de marzo de 2009

Altamirano: apostillas para una clase sobre el romanticismo en México


Pongamos esto como planteamiento inicial: el romanticismo en México fue, medularmente hablando, inexistente. Sin embargo hay varias circunstancias que aproximan a esta corriente estética con la creación artística y literaria decimonónica en nuestro país. Ayer que cubrí a la Dra. Lilian Álvarez en una sesión de clase sobre la identidad mexicana dentro de las letras mexicanas del siglo XIX, utilicé para clarificar este punto de vista tres poemas eminentes de Manuel Acuña, Ignacio Manuel Altamirano y Ramón López Velarde, el "Nocturno a Rosario", "Al Atoyac" y "Hormigas", ya que curiosamente, en términos formales, los tres coinciden por estar escritos en versos alejandrinos. El famoso "Nocturno" no es romántico por su profusión pasional, debido a que en la imaginación del poeta su ideal con la amada es consagrar su unión con ella bajo el rito estrictamente religioso del matrimonio: es digno mencionar al respecto el escozor que provocaría en Byron semejante imagen. Por lo tanto, si queremos encontrar una verdadera veta romántica en Acuña será necesario acudir a su creación "Ante un cadáver" (en tercetos endecasílabos que hacen recordar la Divina Comedia dantesca) o a los fragmentos de "Hojas secas", cuyo tono es cercano a las Rimas de Bécquer.

La idea de la originalidad, que las vanguardias del siglo XX llevarán hasta su límite, es la divisa esencial de toda obra romántica. Para acceder a ella el artista debe eludir sus referentes inmediatos: de ahí la huida al pasado, el gusto por las ruinas, la búsqueda del sueño como el espacio gratificante, o la preeminencia de un regreso a una vida apegada al dictamen de la naturaleza. Al mismo tiempo, todo lo anterior depende de una introspección individualizada, de modo que compartir dicha experiencia de búsqueda era concebida, si no como algo imposible, sí por lo menos difícil en alto grado. De este modo la noción de patriotismo que se le ha adherido al romanticismo queda bastante relativizada. Todo esto viene a colación porque en su poema dedicado "Al Atoyac", si bien hay una exaltación de la naturaleza, resulta complicado asumirlo como un texto romántico porque lo que pretende Altamirano es alabar el territorio nativo, y otra peculiaridad implementada por los románticos es la huida a espacios que no le son propios o familiares, como lo hará Goethe al viajar a las ruinas romanas, Keats al componer un poema "A una urna griega" y el mismo Byron, muriendo sí, por una causa patriótica, pero que para él era romántica en tanto inusitada, durante la Guerra de Crimea. Por lo tanto, la nota folclórica de autores que siguieron a Altamirano en esta línea de escritura podría calificarse más bien de costumbrista, inclusive dentro de las dos grandes novelas de este periodo: Los bandidos de Río Frío de Manuel Payno y Astucia de Luis G. Inclán.

Y justamente hablando de este género narrativo, hace 140 años Altamirano publicó una novela que pudiera resultar lacrimógena si no fuera porque detrás de la historia sentimental esconde una enseñanza política: no podría ser de otra forma tratándose de un escritor designado como "Maestro" no sólo en su función docente, sino como guía de varias generaciones de escritores mexicanos. Me refiero a Clemencia, obra en cuya trama, como sucede en su poema "Al Atoyac", lo que pretende el escritor es asentar una identidad nacional, y en el caso de esta narración una de tipo político ante la coyuntura que sirve de trasfondo a la trama argumental. En principio, parecería que las actitudes del protagonista, Fernando Valle, determinan una cercanía al prototipo del héroe romántico, encarnando en su amor imposible por Clemencia una misión que lo rebasa del todo; sin embargo detrás de esa idea de sacrificio hay más una enseñanza patriótica que moral, pues su fidelidad al sentimiento amoroso termina aterrizando en una fidelidad al régimen juarista, pues él representa alegóricamente a la causa republicana, del mismo modo que Enrique Flores, el militar traidor a esta causa, representa en cariz rubicunda a esa tendencia conservadora que quería un gobernante europeo, mientras que Clemencia alegoriza justamente al país, dividido entre ambas tendencias, si bien cuando Fernando Valle es condenado al fusilamiento, toma partido por él en el último momento, lo cual desliza la moraleja propuesta por Altamirano de que todo buen mexicano debía estar a favor del régimen juarista (algo de lo que después el propio Altamirano habrá de desistir).

Y sobre el poema de López Velarde... Bueno, ésa es otra historia.