lunes, 18 de mayo de 2009

Noción de una pérdida: tríptico en loor de Benedetti


A Víctor Miguel Villanueva, benedettiano incurable

1. Poemas de otro(s). Debo empezar aclarando algo: Mario Benedetti fue el poeta por antonomasia de mi adolescencia, lo cual quiere decir que su obra representa una debilidad permanente para mí. Y aunque esperaba en cualquier momento la noticia de su deceso, al conocerla no pude evitarlo: junto con las primera lluvias de mayo, una cascada de palabras que articuló su ingenio vinieron a mi mente: "Porque te tengo y no/ porque te pienso", "y en la calle codo a codo/ somos mucho más que dos", "nosotros cuando amamos/ es fácil de arreglar/ con sábanas qué bueno/ sin sábanas da igual", "no te duermas sin sueño/ no te pienses sin sangre/ no te juzgues sin tiempo", "los poemas suelen ser/ papel mojado" (parece ser que en el fondo lo que quiero decir es que prefiero al Benedetti poeta que al Benedetti narrador, si bien puedo aderezar esta racha de nostalgia mencionando un par de relatos entrañables: La tregua y "La noche de los feos"). Saber que no volveremos a escuchar su voz más que en la grabaciones (por suerte, no pocas) que hizo me ha dejado una terrible noción de su pérdida: hemos quedado un poco más pobres y un mucho más huérfanos.

2. Primavera con una esquina rota. En su literatura desfila un universo de oficinistas, transeúntes, rostros desconocidos en busca de uno que
ilumine el semblante del cielo: "No lo creo todavía/ estás llegando a mi lado/ y la noche es un puñado/ de estrellas y alegría". Estas líneas, que dan la impresión de estar dictadas por un impulso emotivo personal, en realidad, contrastadas con la totalidad de su bibliografía, revelan su vocación de darle voz al hombre anónimo de las grandes ciudades, el cual, en un efecto de espejeo, será el que componga el grueso de sus lectores. Pero además su muerte significa la ausencia de una personalidad que encarnaba a plenitud el papel del escritor comprometido con su momento histórico: aficionado al futbol que, como lo consigna Efraín Huerta, era "el puntero izquierdo" en aquel partido que en Cuba jugaron los intelectuales que apoyaban la revolución castrista; exiliado que renunció a la comodidad de integrarse al régimen militar y en cambio enarboló en el extranjero la bandera de la resistencia; poeta que dio a la cultura popular letras de canciones interpretadas por casi todos los miembros de esa corriente llamada Nueva trova, y en fin, personaje de sí mismo que en el filme El lado oscuro del corazón aparece recitándole a una prostituta sus propios poemas en alemán. Por extraña coincidencia del destino, este 17 de mayo, día en que se festeja el 120 aniversario del nacimiento de Alfonso Reyes (figura que, como Benedetti, debe medirse su estatura de la cabeza al cielo) ha muerto un hombre que más que un escritor era un ícono.

3. ¿Quién de nosotros? A pesar de mi "natural pacífico", hay que decirlo como es: asistimos al final de una época, misma que, en una datación personal, comienza cuando se forjó mi vocación lectora, allá por septiembre de 1981. Con excepción de Neruda y Lezama Lima, en aquel entonces estaban vivos y produciendo quienes conforman la última gran generación de escritores hispanoamericanos: Paz, Sabines, Onetti, Borges, Rulfo, Cortázar, Bioy Casares, Cardoza y Aragón, Eliseo Diego, Cabrera Infante, Juarroz, Lihn, etcétera. De los tres que sobreviven, uno (Fuentes) es una momia literaria, otro (García Márquez) vive haciendo variaciones de sus mismos temas y el único vital (Vargas Llosa) de repente publica libros (como el de homenaje a Onetti intentando revalorar a este gran autor uruguayo) que más que otra cosa evidencian de fondo el cumplimiento de un compromiso editorial. Entre todos ellos, debo reconocer que Benedetti no figura en el temario de lecturas de las materias correspondientes que se imparten en la Facultad de Filosofía y Letras (ni siquiera en la mía --a excepción de un montaje de Pedro y el capitán que alguna vez hicieron mis alumnos de CCH--, aunque nunca se sabe) pero, de cualquier modo, en mi fuero interno estoy consciente de que si bien dentro del aula se debate sobre libros de hechura más compleja, al salir del salón y reintegrarme en la calle a mi tarea de peatón, luego de cruzarme con una muchacha de mirada triste, soy capaz de sentirme, otra vez, un Martín Santomé cualquiera.