sábado, 19 de junio de 2021

TIEMPO DE GAVOTA: TODOS LOS CAMINOS LLEVAN A LA COLONIA ROMA

1988. La figura de López Velarde siempre (diría contagiado por su lírico estro) es patria interna de suave envoltorio. La mayoría de edad me alcanzó con el pase a la carrera de Letras Hispánicas en la UNAM. El rumbo que tomaron las aguas

fue entonces definitivo, a lo que contribuyó la agitación concitada por el primer centenario del poeta jerezano. Vuelta y Nexos desde luego dedicaron sendas ediciones, pero sin duda fue el desaparecido suplemento “Sábado” la palestra idónea para pasar revista a su legado. Para decirlo sin ambages: muchos de mis compañeros de ese entonces (y de ahora) vimos encarnados en él el ideal de nuestra vocación poética. Generación del 88 que quizás, saludablemente, nunca fuimos una generación.


1991. Año crucial en mi biografía. 70 aniversario de su muerte: epifanías en carrusel. Un letrero en los muros de la fac. invitaba a hacer el servicio social en la Casa del Poeta. No propiamente en la organización ni curaduría del museo metafórico ideado por Hugo Hiriart, sino en la catalogación de las bibliotecas de Efraín Huerta y Salvador Novo (bajo la coordinación de la maestra Lucina Noguez): he de confesar que más que por esos acervos, la presencia de López Velarde se sentia predominando. En aquel entonces ya Maricarmen Férez se hallaba al frente de la parte administrativa, Guillermo Sheridan en su consejo consultivo, Ernesto Lumbreras atendía la librería y pronto llegaría Elsa Cross a coordinar el área cultural y recreativa. Tardes de lluvia inundan mi memoria en las que las gotas parecían trastabillear en su piso de madera (¡cómo olvidar cuando se inundaba su patio interno, ahora sala de usos múltiples, entonces imprevista piscina techada!), resonar de voces familiares, feria pues de epifanías.

1996. 80 años de la aparición de La sangre devota. El carrete de la memoria deshilándose de lleno en la década de los noventas cuando presentar un libro en este recinto era estar en camino hacia la consagración poética. El destino sin embargo me condujo a colaborar en la catalogación del archivo de José Juan Tablada en el Instituto de IOnvestigaciones Filológicas: por medio de interpósita persona (impulsor tenaz del estilo que cobija al libro aludido), López Velarde no dejaba, quizás por ser su antípoda, de hacerse manifiesto. Juan Villoro afirma que López Velarde es el último modernista, pero quizás hay que ser más radicales: si en él y en Tablada están cimentados los pilares de la tradición poética mexicana, habría que ver hasta dónde nuestro santo varón (sin insignias de Colón), no tiene un pie también dentro de la vanguardia. Tal aseveración, que necesita otro espacio para dilucidarse, no sería tan aventurada si paramos mientes menos en lo formal y declarativo (la reticencia expresa de López Velarde hacia las nuevas escuelas) y nos fijamos más en el temple experimentador y la variedad de los tópicos que tanto en verso y en prosa es capaz de abordar.



2021. Centenario de “La suave Patria” y de su muerte. El ciclo se cierra y ya que de experimentaciones hablamos, sensación agridulce la de regresar a su edén subvertido. La Plaza Río de Janeiro sigue como testigo incólume de un tiempo de gavota en que por más que intento esta crónica no deja de estar desincronizada. La calle de Colima, que antaño se caracterizaba por albergar toda una serie de florerías, ha sido avasallada por locales de terracería, esto es, restaurantes hipster que han colocado sus terrazas a ras de banqueta o de asfalto. En “La fealdad conquistadora” López Velarde deploraba la tendencia de “ayankiamiento”. Ante semejante panorama es comprensible su inquietud porque la suave Patria siguiera siendo fiel a su espejo diario (otro tanto diría Carlitos, el personaje de la novela de Pacheco, tratando de tatuar una imagen del barrio romano en su memoria y a su modo también Alfonso Cuarón) para no sentirse (al igual que yo ahora) como en la obra de Lope de Vega, un peregrino en su patria, claro, con la salvedad de que en este caso no se trata de una fealdad que conquista sino todo lo contrario: este espacio entrañable ha sufrido un remozamiento de nariz respingada. Por lo que respecta a la Casa del Poeta, a esta hora de la tarde los actos conmemorativos han concluido, sin embargo no importa que haya llegado cuando las sillas han sido puestas sobre la mesa: este día todos los caminos llevan a la colonia Roma, más precisamente al número 71 de Álvaro Obregón, antigua Av. Jalisco, sobre todo para quienes, como el que aquí escribe, encomiendan su buena ventura a la efigie de José Ramón Modesto López Velarde Berumen como a un sempiterno ángel custodio.