martes, 22 de julio de 2008

Elogio de la parcialidad

Si hay un punto que faltó tratar con mayor profundidad en la anterior entrega, dentro de la controversia sostenida con Geney Beltrán, ése es precisamente el concerniente al "análisis objetivo". Empezaré por afirmar, al par que mi colega, que dicha entidad es inexistente. No se puede tener un papel neutro frente a la página de un libro y en general de frente a la vida. Inclusive descarto de entrada la posibilidad de que alguien asuma el papel de espectador sin tomar partido, sin emitir algún juicio, por tímido que sea ante el acontecimiento que presencia, sea éste una puesta de sol o un asesinato. Destino unido al del ser humano es la de sacar siempre conclusiones de un hecho aunque nadie se las pida. La justicia por eso, de fondo, está socavada: esa idea de dar a cada quien lo que le corresponde depende de quién sea la persona que realice dicha repartición. Así las cosas, ¿quién puede supeditarse al salomónico juicio de un magistrado tan venales como los que desfilan en la actual Suprema Corte de la Nación? Desde luego que esta imposibilidad de ser justo no justifica las reprobables intenciones y oprobiosos acuerdos debajo del agua que se desentienden del bien común: una cosa es ser imparcial porque ni la mente, ni la lengua ni el corazón son un papel en blanco, y otra es serlo medrando a costillas del erario público para que los beneficios se repartan de manera personal o dentro de un séquito cercano de cortesanos o aduladores. Pero esto es harina de otro costal.
El asunto de fondo, en términos del ejercicio lingüístico que es el área de nuestra competencia, consiste en asentar tajantemente que así como no se es objetivo, ni imparcial, ni neutro cuando se escribe, tampoco es así cuando se lee. A menos que se esté en presencia de una incomprensión del circuito comunicativo, entender significa sacar conclusiones, formarse una opinión propia, o tal vez influida, pero difícilmente nula. Por lo tanto, si ya Einstein ha relativizado al tiempo que resulta algo mucho más consistente en la experiencia vital de todo ser humano, hay que evaluar de forma aún más relativa valores universales como la justicia, la democracia y la visión objetiva aplicada, por ejemplo, en el quehacer periodístico. Esa pretensión de comunicar los hechos "tal y como acontecieron" es tan ilusa como la de la referencia precisa a un suceso histórico. Justamente dentro de algunas de las teorías del discurso histórico actuales se analiza el condicionamiento de la interpretación de algún acontecimiento del pasado dependiendo de quién lo esté narrando.
Si esto pasa dentro de una disciplina que aspira a una mayor pretensión científica en su manera de entender el mundo, en el campo de la interpretación literaria no es de extrañar que asuma proporciones más amplias. No obstante este hecho no hace sino acentuar más la defensa de acercar al lector, en funciones principalmente educativas, una serie de informaciones y herramientas para que se forje su propio punto de vista. Es inevitable, como decía, que cada individuo adopte una postura frente al fenómeno que presencia; también decía que esta opinón es susceptible de ser influida, pero si se quiere organizar el modo de aproximarnos a la médula del texto literario, no creo que sea conveniente hacerlo de la forma inversa, esto es dando primero una opinión o crítica del texto leído y después una serie de informaciones correlativas al contexto y a la vida del autor en cuestión. Sin embargo, como todo lo arriba expuesto, esto es sólo una manera de enfocar las cosas: un punto de vista definitivamente imparcial.