viernes, 8 de julio de 2016

DEL PIE A LA LETRA 20. TRAVESTISMO FUTBOLÍSTICO



La idea de una Europa unificada rondó durante siglos en las principales cabezas coronadas de este territorio. Nostalgia del antecedente romano que en la Edad Media encontró realización de semejante utopía durante el reinado de Carlomagno, a quien se le adjudica el establecimiento de esa entelequia gubernamental aparecida en el centro de Europa bajo la denominación de Sacro Imperio Romano Germánico. Así es, una entidad política que pretendía reunir la herencia del antiguo imperio latino dentro de los reinos de señores teutones que fueron uno de los principales factores de su caída. Y si de suyo esto entraña una radical contradicción, incluso tal circunstancia se ahonda al pensar que dentro de su régimen intentó incorporarse lo mismo a magiares que a bohemios, serbios, croatas, piamonteses, helvéticos, flamencos, en fin, una verdadera mescolanza explosiva a más no poder, que de manera constante evidenció la fragilidad de tal proyecto.

Aunque el título no lo ostentó como tal, fue durante el reinado de mayor de los reyes carolingios que los dos componentes más destacados de este caldo criollo estuvieron regidos bajo los designios de un mismo monarca. Tras su muerte el imperio se desintegró y el carácter de eso que sería su sustrato nacional rápidamente se manifestó, pues el reino de los francos adoptó un sistema monárquico unipersonal y dinástico, el cual con el paso del tiempo se fue acendrando (hasta que acabaron cortándole la cabeza a su último rey), mientras que los germanos establecieron dentro de dicho sacro imperio un sistema de reinos confederados en el que el supremo gobernante era electo por una dieta, con lo cual las dinastías imperiales, aunque las hubo, eventualmente terminaron siendo rotativas. Una división así de profunda terminó cobrando un alto precio y, en gran medida, si a la postre no hubiera resultado quimérica la idea de un único reino centroeuropeo, la mitad de la sangre derramada en conflictos armados en ese continente se hubiera evitado.

Por todo ello hablar de un enfrentamiento entre Francia y Alemania, así sea netamente deportivo, trae a la mente episodios que van desde las guerras napoleónicas y la franco-prusiana, hasta las dos conflagraciones mundiales del siglo XX. Sin embargo esta vez el enemigo bélico aunque haya tomado una identidad de terrorista islámico, lo cierto es que habita en sus propias entrañas, como se constató el 13 de noviembre pasado, el aciago día en que jugando un partido amistoso, Francia le propinó la misma dosis (2 a 0) a Alemania en el estadio de Saint Denis. Ayer el escenario se trasladó a Marsella, cuna del himno nacional, y la escuadra gala, aplicando el sistema del catenaccio, maniató los embates teutones, se mantuvo paciente en su estrategia de combate y lucró con sus errores. En este sentido Alemania tendrá que analizar bien el desempeño de Boateng (con una mano clara dentro de su área y lesiones inoportunas), Schweinteiger (con otra mano en el área propia y un penalti fallado)  y Mesut Özil (con un historial de dos penales fallados en este torneo), quienes no sólo en este partido, sino en los anteriores, más que haber tenido un desempeño errático se vieron faltos de actitud en momentos clave, algo que dentro del espíritu deportivo alemán resulta ser, por decir lo menos, inusitado y que además se unió en esta ocasión una mala salida de Neuer, a quien sin embargo no me atrevo a achacarle responsabilidad de la derrota por haber sido de modo decisivo gracias a él que llegaron a esta instancia.

Apostilla: Del lado francés el mérito radica en la aplicación de un esquema ultradefensivo que compromete su bien ganado prestigio de un fútbol elegante, incluso algo manierista, que le vimos durante los mundiales de 1982 (en cuya semifinal presenciamos el segundo partido del siglo) y 1986, una Francia que no debió caer, pero lo hizo, frente al coraje y la efectividad alemanas. Sin embargo a la hora de hacer el balance quizás podría argumentarse que el fin justifica los medios (o es medianamente justificable, en razón de los 58 años de dominio germano sobre ellos en partidos oficiales): su juego nada vistoso redundó a cambio en una cartesiana diría yo, concentración en el objetivo a conseguir, lucrando con las pifias del contrincante y haciendo a cuentagotas florituras como la de Pogba ante Mustafi (sustituto de Boateng quien tras su lesión dejó sin centrales titulares a la defensa alemana), pero cuya jugada ya venía precedida por un error en la salida que, ya se sabe, es la situación más vulnerable en la que puede colocarse un equipo. Y como trasfondo del resultado no puede uno menos que aclamar por la memoria de Raymond Kopa, Just Fontaine, Jean Tigana, Alan Giresse, Eric Cantona, Zidane y compañía para denunciar la pérdida de identidad de los franceses quienes montaron una auténtica mascarada, casi una molieresca comedia bufa que desconcertó totalmente a sus rivales pues, como afirmaba, jugaron como si fueran italianos (en una competencia en la que, ya habíamos visto, apareció una squadra azzurra más ofensiva de lo esperado), y además todo este travestismo futbolístico lo coronaron cuando luego de la conclusión del encuentro se plagiaron el festejo islandés con su tribuna. Los bleus están acostumbrados a ganar en territorio propio (fue como locales que ganaron la Eurocopa en 1984 y el mundial de 1998), pero jugando a un estilo propio. Ante tal panorama uno no puede sino preguntarse de qué saldrán camuflajeados en la final (y en caso de ganarla, ¿la corona misma reconocerá a quienes merecidamente la obtuvieron en 1984 y en el 2000?) porque lo de ayer fue un robo, pero de identidades.

jueves, 7 de julio de 2016

DEL PIE A LA LETRA 19. UN SEBASTIANISMO GALÉS



Gales se localiza en el extremo inferior izquierdo de la rubia Albión y, aunque anexada al imperio británico, sigue albergando sueños de autonomía, cuya difusión ha sido un tanto opacada por los más sólidos impulsos independentistas de irlandeses y escoceses. Signo quizás de ese pensarse de otro modo haya sido que previo a la semifinal ante Portugal, el deseo expreso por el príncipe de Gales fue leído como un presagio funesto. Y lo funesto se cumplió: los galeses que se habían mantenido anotando en cada partido esta vez dejaron de hacerlo, y los portugueses que no habían conseguido ganar dentro de los 90 minutos reglamentarios finalmente lo hicieron. Sin embargo ahora que retornen a su querido lar, será la única escuadra británica que merezca ser recibida con honores similares a los que tuvo su hijo pródigo, sir Henry Lawrence, luego de su campaña triunfante en Arabia allá por la segunda década del siglo pasado.


Por su parte, el combinado portugués puede ser ya considerado el caballo negro de esta competencia, pues ciertamente casi nadie (entre quienes me incluyo) apostaba un rábano para decir que llegarían a la final. Pian pianito se han instalado en ella y su papel advenedizo quedará supeditado a que consigan, en una tarde de buena suerte, superar a su rival (de formidable superioridad, cualquiera de los dos que salga), así sea por la vía de los penales. Imaginemos por un momento este hipotético escenario: de la mano de CR7, el hombre récord del momento al anotar en cuatro Eurocopas distintas, igualando el número de goles de Platini (que a lo mejor también supera si el domingo marca), los lusitanos se adjudican la copa. Si todos estos factores se conjuntan, podemos esperar una catástrofe peor que su declaratoria por evasión fiscal de 21 meses de cárcel (que librará merced a una cuantiosa multa) para los intereses de Lionel Messi: con todo y que en cuanto a capacidad individual también lo considero superior a cualquier otro futbolista del orbe, pues lo más seguro es que el próximo balón de oro pase a las manos de Cristiano. En caso contrario Portugal verá en un nuevo fracaso otro motivo más para incentivar suas tardes da saudade, assando sardinhas à beira do Tejo, na espera da volta do rei Sebatião, quien partió a defender las posesiones imperiales en África y ya jamás se supo nada de él.

Apostilla: Curiosamente hay pasados que son destinos (quizás el verdadero proyecto a futuro sea reencontrarse con los ancestros) entrelazados y en este sentido el de Gales está muy unido a esa utopía de que algún personaje vuelva del pasado a poner orden en nuestro mundo. Probablemente en todas las culturas existe una figura con tales características: dentro de nuestra tradición histórica tenemos, por ejemplo, a Emiliano Zapata, mientras que para los portugueses esa figura es o rei Sebastião y para los galeses eso mismo significa Owain Glyndŵr, el auténtico último príncipe de Gales, quien abanderó una insurrección contra el dominio de la corona inglesa, misma que al ser tras ser sofocada, dejó una sombra de oscura incertidumbre sobre su último paradero, pues en 1415 cuando regresó a imperar el dominio inglés, hacía tiempo que se le había perdido la pista el héroe insurgente. Jamás se rindió, nadie lo traicionó y su cuerpo nunca fue hallado, por ende se ignora la fecha de su muerte, pero algunas fuentes la ubican hace exactamente 600 años. Owain Glyndŵr representa ese continuo anhelo de sebastianismo como en el caso del mencionado monarca portugués (y el de nuestro Votan Zapata, de quien sí se mostró un cadáver, pero desde ese 10 de abril de 1919 se aseguró que no correspondía a su persona porque carece de la característica verruga que nuestro adalid tenía por sobre su icónico bigote), de quien viene dicho concepto, consistente en aguardar la llegada de una figura mesiánica a reestablecer una edad de oro entre su pueblo. Una auténtica nostalgia del futuro pues.

lunes, 4 de julio de 2016

DEL PIE A LA LETRA 18. ISLANDIA, UN SOL DE MEDIANOCHE



Cincodos. La parofonía suena como un mal chiste, pero no lo es: indica la consecuencia de una actitud de pródiga entrega, de un brindarse sin blindarse, totalmente alejada de toda tacañería (habrá que recordar que de acuerdo al argot del español de México "ser codo" significa ser tacaño). Siete goles en un solo partido dan cuenta de ello: para dimensionar mejor esta estadística bastaría con recordar que hubo días en que teniendo tres partidos por jornada no se alcanzó esa cifra de anotaciones. Y en absoluta correspondencia aquel que sienta el futbol como algo que le vibra en las entraña también se muestra generoso pues aunque nadie ni nada le arrebatará a Francia su boleto a la semifinal, luego del partido verificado en Saint Denis de lo que se habla es del equipo vencido y no del vencedor (pese a ser el anfitrión de la Eurocopa). Por más que la cascada de goles haya arreciado, las charlas giran en torno a la inesperada actuación que tuvieron en la Eurocopa, al festejo en la tribuna con su público, a la presencia de su presidente, no junto a François Hollande en el palco de honor, sino en las gradas, como un aficionado más alzando las manos para unirse a las rítmicas palmadas que los caracterizaron durante este torneo. Semejante comunión entre gobernante y gobernados en un país cuyo nivel de satisfacción de sus pobladores es sumamente elevado lleva a la reminiscencia de una edad de oro, de una temporada en la que el sol apenas trazara una parábola en el firmamento para verlo en el mapa estelar reiniciar su trayecto cada veinticuatro horas. Algo de esto refleja el excelso poeta venezolano Eugenio Montejo en estas líneas:

Islandia y lo lejos que nos queda,
con sus brumas heladas y sus fiordos
donde se hablan dialectos de hielo.


Islandia tan próxima del polo,
purificada por las noches
en que amamantan las ballenas.


Islandia dibujada en mi cuaderno,
la ilusión y la pena (o viceversa).


¿Habrá algo más fatal que este deseo
de irme a Islandia y recitar sus sagas,
de recorrer sus nieblas?


Es este sol de mi país
que tanto quema
el que me hace soñar con sus inviernos.


Esta contradicción ecuatorial
de buscar una nieve
que preserve en el fondo su calor,
que no borre las hojas de los cedros.


Nunca iré a Islandia. Está muy lejos.
A muchos grados bajo cero.
Voy a plegar el mapa para acercarla.
Voy a cubrir sus fiordos con bosques de palmeras.



Sólo le haría una observación al poema de Montejo: luego de este 2016 a Islandia ya no la vislumbro tan lejos; en cambio suscribo totalmente con él esa contradicción ecuatorial que se restaña en virtud de la unión de los contrarios. La imagen involucra (ya que entre poemas andamos) a esa otra latitud astronómica de la pasada Noche de San Juan y que me permitirá rendir homenaje, a través de un poeta de Bélgica, a ese equipo que como el de Islandia se ha despedido de este campeonato. Me refiero al poema “Esquela de nacimiento” de Thomas Braun:


Fue por San Juan, en tiempo de la guerra,
nuestro hijo, es el octavo, llegó sobre la tierra.
Las retamas del campo de Mambora
lucieron con sus oros, desde temprana aurora.
Los hijos del invierno, nacen en la sombría
noche, los de verano en pleno mediodía.
La vela que prendieron cuando el primer dolor,
brillaba, todavía, al tomarla el doctor.
Y las vacas pacían al pie de la montaña.
Alegres apuramos nuestro último champaña.
¡Navidad en estío, cual brillaron las copas
Del vino que no hallaron las enemigas tropas!

Su madre con orgullo al presente reposa
en la cámara oliente por el jabón de rosa.
y frente a dos testigos: carretero y fondista,
yo pronuncié los nombres: Domingo Juan Bautista.
Por mi mejor amigo, pero antes, por mi hermano
ya que los dos revisten sayal dominicano
y Juan que conmemora que, a pesar de la guerra,
la ventura en tal día lució sobre la tierra.



Contradicción absoluta: “navidad en estío”, por un nacimiento en tiempos de muerte (este poema fue escrito durante la en estos días conmemorada Gran Guerra en Europa hace cien años, por lo que de nuevo en estas entregas ese ayer que suponíamos ajeno se monta en nuestro presente), burlando a los enemigos cuyo ímpetu de conquista no pudo evitar este glorioso motivo para escanciar ese sol de la vid fermentada que brilla incluso para los ciegos quienes, como dice el poeta chileno Jorge Teillier, “se dispensan el vino, ese sol que brilla para quienes nunca verán”.


Apostilla: el torrente futbolístico de Islandia fue una prueba de que la utopía es posible tal y como la imaginó Sir Tomás Moro, por algo Islandia lleva el sello insular proclamado en su nombre, si bien la ideada por el teólogo inglés isla no es, como la Isla Negra de Neruda, como la ínsula Barataria donde gobierna Sancho Panza. La que sí es indudable es el cabal cumplimiento de la misión de estos caballeros andantes y navegantes de saga nórdica para recordarnos (cuando cada vez son menos quienes los defienden en esta edad no ya de hierro sino de piedra, y quizás sea esa otra significación de su sol de medianoche) los valores fundamentales no sólo del deporte, sino de la existencia misma, algo sobre lo cual diserta Don Quijote en el capítulo XI de la primera parte del libro que narra sus hazañas cuando unos cabreros les dan de comer a él y a su escudero con suma liberalidad: “¡Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío!” Acto de amor en el supremo sentido de altruismo también podría llamarse. Con esa misma actitud de magnanimidad se brindaron los futbolistas islandeses en el terreno de juego para después unir sus voces en ese corifeo que canta  el sueño de aurora boreal en el cual viven, con el unísono anhelo de que se mantenga. Extrañaremos, además la vistosidad de sus playeras, sus cánticos (auténticos villancicos para una navidad estival) y bueno, la expectación queda abierta para ver quién se ciñe la fementida corona de hierro, mientras estos bardos vikingos izan velas rumbo a su dorado e ígneo territorio insular.

domingo, 3 de julio de 2016

DEL PIE A LA LETRA 17. EL DRAMA DE LOS ONCE PASOS



Tras haber presenciado cómo se resolvía el partido de los cuartos de final que se esperaba como el de mayor voltaje  a lo largo de la semana, considero factible formular un planteamiento filosófico de lo que constituye el drama de los once pasos. Contemplar esa escena en que tanto futbolistas italianos como alemanes, los de temple más férreo que puede haber, quebrándose por la tensión y temblándoles las piernas me hizo pensar en la frase "los ricos también lloran", o más bien algo así como los más fuertes mentalmente hablando, también fallan. La estadística resulta ser estrujante: al terminar la tanda de los cinco primeros tiros obligatorios, ambos equipos habían acertado sólo dos, es decir, tuvieron un porcentaje del 40% de efectividad, porca miseria. Revisemos ahora la nómina de los tiradores: por Italia fueron Simone Zaza, Graziano Pellé y Leonardo Bonucci (quien antes había metido el de la igualada durante el tiempo reglamentario); por Alemania vimos errar a Bastian Schweinteiger (de nuevo la literatura se adelanta a la realidad y en su cuento “La maldición de los penales”, de 2006, escrito con ocasión justamente del mundial en Alemania, Marcial Fernández coloca a Bastian enfrentando en la tanda de muerte súbita ni más ni menos que ante Oswaldo Sánchez y con idéntico desenlace al que hemos presenciado durante esta jornada), Thomas Müller (con la pólvora totalmente seca en este torneo) y Mesut Özil, quien además ya había desperdiciado una oportunidad semejante ante Ucrania. Curiosamente, del lado teutón dos jovencitos dieron muestra de ecuanimidad y tal vez sí sean ellos los que no sintieron en sus hombros el peso de la historia. Me refiero a Julian Draxler y a Kimmich.
 
¿Pero cuál es el peso de esa historia? Parecerá poco menos que inusitado sin embargo es cierto (y el resultado de hoy sólo le pone numero a la casilla de los germanos): existe un equipo que jamás había sucumbido ante Alemania y tenía (de hecho lo sigue teniendo) un récord bastante favorable, y se trata de la squadra azzurra. Esto hace más entendible la presencia de esos fantasmas que rondaron entre los pies de los tiradores, haciéndolos vacilar en sus disparos. Reminiscencia hubo sin duda, por principio de cuentas, del partido del siglo, verificado en el Estadio Azteca en 1970; luego, la final de España 82 y la semifinal de Alemania 2006. Históricamente pues, la némesis del futbol germano es el de Italia y si bien hoy el resultado fue distinto, al menos los nuevos legionarios romanos podrán decir que de todos sus enfrentamientos con los teutones éste, el de su eliminación, fue sin duda el más deslucido y opaco.

Si ya frente al peso de su propia historia presenciamos un partido de bajo nivel, la resolución por la vía de los once pasos le agregó dramatismo, pero le quitó mérito. El pase a la siguiente ronda no queda signado por el reconocimiento de haber hecho mejor las cosas, sino porque el contrincante falló. Una especie de complejo de Eróstrato signa este suceso, una letra escarlata queda grabada en el pecho del responsable. El villano de hoy no será ninguno de los ilustres jugadores italianos que ya mencioné sino Matteo Darmian, quien erró su tiro durante la ronda definitiva. En ello quizás tenga mucho que ver un proceso de síntesis cognitiva y la mente sólo registre el momento culminante de toda una situación. Ahora bien, dependiendo de los turnos, el personaje que suele trascender en la memoria colectiva es el último tirador, que en este caso fue el alemán Jonas Hector, pero en gran medida el lustre que haya cobrado depende de su errático antecesor, pero cuando es éste el último tirador el crédito por la infamia no se comparte. Aunque detestaba el futbol, Borges sería un buen autor para ilustrar con uno de sus títulos dicho entorno, pues si se realizara una antología de penalties fallados, a tan bizarra obra se le podría adjudicar el borgiano título de "Historia universal de la infamia".



Apostilla: y ya que andamos con Borges, la circunstancia de cobrar un penal en cierto modo está retratada en su cuento "El milagro secreto", si bien esa detención del tiempo en la conciencia del personaje no la experimenta el ejecutado, que en el caso del penalti sería el portero, sino el ejecutor, como lo retrata con toda puntualidad Julio Llamazares en “La paradoja de Djúkic”, cuento cuyo punto de partida es un hecho totalmente verídico: en la última jornada del campeonato español de 1993-94, en el último minuto se marcó un penal a favor del Deportivo La Coruña quien ganando se coronaría, y ante la imposibilidad de que Bebeto lo tirara, recayó esa responsabilidad en Miroslav Djúkic, y bueno el resultado es de todos sabido: los gallegos se quedaron con las manos vacías y el Barça de Cruyff pudo engarzar cuatro  títulos consecutivos. Ignoro si Llamazares intencionalmente se habrá apoyado en el relato borgiano, pero la recreación es muy similar: Jaromir Hládik concibió, e incluso podemos decir que produjo, una obra de teatro dentro de su conciencia en ese hueco en el tiempo que iba desde la detonación de los fusiles alemanes hasta el momento de hacer blanco en su cuerpo. Djúkic en un estado mental semejante repasó en segundos las décadas de existencia y los momentos decisivos que lo condujeron a ese instante crítico. Suspensión (y tensión) del tiempo que reproduce vívidamente eso que Einstein (y no sólo él) planteara como la relatividad del tiempo. Pero sobre todo la experiencia se vuelve hondamente sensible al plasmar cómo en esa situación crítica extrema, el cobrador del penal se convierte en el ser más desamparado del mundo y esto creo que en gran parte explica esa sensación de alivio que vimos en los futbolistas alemanes e italianos luego de cumplir, fuera exitosa o infructuosamente, su cita con el inexorable destino.