lunes, 4 de julio de 2016

DEL PIE A LA LETRA 18. ISLANDIA, UN SOL DE MEDIANOCHE



Cincodos. La parofonía suena como un mal chiste, pero no lo es: indica la consecuencia de una actitud de pródiga entrega, de un brindarse sin blindarse, totalmente alejada de toda tacañería (habrá que recordar que de acuerdo al argot del español de México "ser codo" significa ser tacaño). Siete goles en un solo partido dan cuenta de ello: para dimensionar mejor esta estadística bastaría con recordar que hubo días en que teniendo tres partidos por jornada no se alcanzó esa cifra de anotaciones. Y en absoluta correspondencia aquel que sienta el futbol como algo que le vibra en las entraña también se muestra generoso pues aunque nadie ni nada le arrebatará a Francia su boleto a la semifinal, luego del partido verificado en Saint Denis de lo que se habla es del equipo vencido y no del vencedor (pese a ser el anfitrión de la Eurocopa). Por más que la cascada de goles haya arreciado, las charlas giran en torno a la inesperada actuación que tuvieron en la Eurocopa, al festejo en la tribuna con su público, a la presencia de su presidente, no junto a François Hollande en el palco de honor, sino en las gradas, como un aficionado más alzando las manos para unirse a las rítmicas palmadas que los caracterizaron durante este torneo. Semejante comunión entre gobernante y gobernados en un país cuyo nivel de satisfacción de sus pobladores es sumamente elevado lleva a la reminiscencia de una edad de oro, de una temporada en la que el sol apenas trazara una parábola en el firmamento para verlo en el mapa estelar reiniciar su trayecto cada veinticuatro horas. Algo de esto refleja el excelso poeta venezolano Eugenio Montejo en estas líneas:

Islandia y lo lejos que nos queda,
con sus brumas heladas y sus fiordos
donde se hablan dialectos de hielo.


Islandia tan próxima del polo,
purificada por las noches
en que amamantan las ballenas.


Islandia dibujada en mi cuaderno,
la ilusión y la pena (o viceversa).


¿Habrá algo más fatal que este deseo
de irme a Islandia y recitar sus sagas,
de recorrer sus nieblas?


Es este sol de mi país
que tanto quema
el que me hace soñar con sus inviernos.


Esta contradicción ecuatorial
de buscar una nieve
que preserve en el fondo su calor,
que no borre las hojas de los cedros.


Nunca iré a Islandia. Está muy lejos.
A muchos grados bajo cero.
Voy a plegar el mapa para acercarla.
Voy a cubrir sus fiordos con bosques de palmeras.



Sólo le haría una observación al poema de Montejo: luego de este 2016 a Islandia ya no la vislumbro tan lejos; en cambio suscribo totalmente con él esa contradicción ecuatorial que se restaña en virtud de la unión de los contrarios. La imagen involucra (ya que entre poemas andamos) a esa otra latitud astronómica de la pasada Noche de San Juan y que me permitirá rendir homenaje, a través de un poeta de Bélgica, a ese equipo que como el de Islandia se ha despedido de este campeonato. Me refiero al poema “Esquela de nacimiento” de Thomas Braun:


Fue por San Juan, en tiempo de la guerra,
nuestro hijo, es el octavo, llegó sobre la tierra.
Las retamas del campo de Mambora
lucieron con sus oros, desde temprana aurora.
Los hijos del invierno, nacen en la sombría
noche, los de verano en pleno mediodía.
La vela que prendieron cuando el primer dolor,
brillaba, todavía, al tomarla el doctor.
Y las vacas pacían al pie de la montaña.
Alegres apuramos nuestro último champaña.
¡Navidad en estío, cual brillaron las copas
Del vino que no hallaron las enemigas tropas!

Su madre con orgullo al presente reposa
en la cámara oliente por el jabón de rosa.
y frente a dos testigos: carretero y fondista,
yo pronuncié los nombres: Domingo Juan Bautista.
Por mi mejor amigo, pero antes, por mi hermano
ya que los dos revisten sayal dominicano
y Juan que conmemora que, a pesar de la guerra,
la ventura en tal día lució sobre la tierra.



Contradicción absoluta: “navidad en estío”, por un nacimiento en tiempos de muerte (este poema fue escrito durante la en estos días conmemorada Gran Guerra en Europa hace cien años, por lo que de nuevo en estas entregas ese ayer que suponíamos ajeno se monta en nuestro presente), burlando a los enemigos cuyo ímpetu de conquista no pudo evitar este glorioso motivo para escanciar ese sol de la vid fermentada que brilla incluso para los ciegos quienes, como dice el poeta chileno Jorge Teillier, “se dispensan el vino, ese sol que brilla para quienes nunca verán”.


Apostilla: el torrente futbolístico de Islandia fue una prueba de que la utopía es posible tal y como la imaginó Sir Tomás Moro, por algo Islandia lleva el sello insular proclamado en su nombre, si bien la ideada por el teólogo inglés isla no es, como la Isla Negra de Neruda, como la ínsula Barataria donde gobierna Sancho Panza. La que sí es indudable es el cabal cumplimiento de la misión de estos caballeros andantes y navegantes de saga nórdica para recordarnos (cuando cada vez son menos quienes los defienden en esta edad no ya de hierro sino de piedra, y quizás sea esa otra significación de su sol de medianoche) los valores fundamentales no sólo del deporte, sino de la existencia misma, algo sobre lo cual diserta Don Quijote en el capítulo XI de la primera parte del libro que narra sus hazañas cuando unos cabreros les dan de comer a él y a su escudero con suma liberalidad: “¡Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío!” Acto de amor en el supremo sentido de altruismo también podría llamarse. Con esa misma actitud de magnanimidad se brindaron los futbolistas islandeses en el terreno de juego para después unir sus voces en ese corifeo que canta  el sueño de aurora boreal en el cual viven, con el unísono anhelo de que se mantenga. Extrañaremos, además la vistosidad de sus playeras, sus cánticos (auténticos villancicos para una navidad estival) y bueno, la expectación queda abierta para ver quién se ciñe la fementida corona de hierro, mientras estos bardos vikingos izan velas rumbo a su dorado e ígneo territorio insular.

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