sábado, 9 de octubre de 2010

los gimnastas (poema a john lennon)...
















Hace más de 20 años, durante una clase aburrida (o quizás no tanto: el poema que a continuación posteo revela lo influenciado que estaba por el Neruda de Residencia en la tierra) en la Facultad de Filosofía y Letras, miré hacia las Islas y descubrí a un grupo de mujeres haciendo ejercicio. Una revelación que conjuntaba, en medio de una sesión de ejercicio intelectual la imagen de personas efectuando ejercicios físicos, me llevó a escribir el siguiente texto que rescato del arcón de los manuscritos para compartirlo.



LOS GIMNASTAS

in memoriam john lennon

...según es el cielo un caballo sin silla, ensangrentado,
o según, simplemente,
la ciudad es el huevo de todos los días,
llena de iglesias que practican todas las religiones, las personales,
roja más bien del sol que cae por descuido de quien se le cayó una moneda:

según hoy
el gimnasio es la espesura de un bosque
por cuyos árboles de hojas metálicas el viento llega sangrando a nuestros dedos,
y al atravesarlo tenemos que llevar una venda en las manos:
la del evangelio que se vuelve a escribir,
un limo que tapa el drenaje para descubrir ciertas indecencias que no recoge el baño;

y tú corres retaceando a la gente que conoces,
las cosas, los lugares que conoces,
las vidas del más allá que sí conoces,
y no en ese espacio donde las células muertas vuelven a sufrir encerrándome como días nublados,
muslos latentes en que pasas
y terminas necesitando saber más el qué pasó,
y no el porqué pasaste;

ya que en los deslindes de cada uno
está todo el aire posible,
avivando tu insolencia de dar una antorcha
a quienes incendiarán tu cuna o piragua que vuela, callada, hasta la percha de las estrellas,
y por ti vivimos sin saber, de igual forma,
por qué los elfos residen en la cabeza de tus actos,
cuando tus ladridos dejaron mordidas
en esa carne que desde entonces no se regenera,
en las tapias que encontró mi abuelo en su huerta grande
y que se saltan sin verlas, como puentes no sostenidos;

así,
suben, soplan las luces del estruendo urbano
haciéndolas lenguas de día,
como violetas que vienen a mis ojos confluyendo de la noche espigada en sus pulsaciones,
donde ni siquiera son neuróticos el zapato o el pie descalzo que nos pintan,
caminos en que primero pasa una mano,
caminos en que da miedo pasar porque los envuelve un remolino de ojos de nebulosas verdes:

según es el cielo el hollín
de un caballo sentado en una silla,
los espejos se corresponden en su ámbito al seguir los movimientos de su batuta
como las lágrimas no corresponden al tiempo en que todo era reducido a dos cuerpos de simetría semejante,
como una resbaladilla y un edificio;

pues bien,
la forma de cada movimiento,
las notas que suceden a las claves abiertas,
la burbuja donde el agua salta la tablita
para que el niño loco sumerja la cabeza,
la botella de náufrago que es cohete en una feria encontrando sus canales
y los autos caídos del purgatorio
comienzan de nuevo a hablarnos así,
y aunque nos pasan por las axilas sus súplicas,
no alcanzan a ser más que sueños
imposibles de recordar la mañana siguiente:

por tanto, sólo es admisible que te hables de nosotros
tal como de ti hablamos;
así te lo enseñaron los magos de las aguas,
y es según como volver a poner los pies en la zafra:
un ojo buscando el lugar donde las olas regresan,
una voz con el aliento coagulante de la Vía Láctea...