Mis referentes acerca de ese deporte que consiste en golpear a doña blanca con un bat lo más lejos posible eran en ese entonces bastante vagos. 1981 fue un año iniciático para mí de muchas formas y una de ellas la de empezar a entender, y junto con ello a enamorarme, del bien llamado rey de los deportes. Pero quizás debo ser más específico, en el sentido de que junto con el estímulo visual que implicaban las hazañas desde la lomita que partido a partido iba realizando el prodigioso y jovencísimo Valenzuela, mi oído adolescente pudo familiarizarse con la bonhomía y sapiencia de esa memorable mancuerna (sí, antes de los tres amigos Burak, De Valdés y Pepillo Segarra, antes del coach Joaquín Castillo y Pepe Espinosa, antes de Martinoli, Luis García y Jorge Campos, antes incluso de don Fernando Marcos y el ingeniero José Luis Lamadrid) de cronistas compuesta por Pedro el Mago Septién (marqués de Querétaro) y Jorge Sonny Alarcón. Los ingredientes estaban dados ya para que en ese tercer juego de Serie Mundial yo, al igual que miles de aficionados, fuera testigo de una de las páginas más gloriosas del deporte y del periodismo deportivo mexicanos un 23 de octubre de 1981. Los bucles (como los tirabuzones que el Toro de Etchohuaquila solía trazar en el aire para hacer abanicar a sus oponentes) del tiempo son insondables y en un día como ese 43 años después han dado inicio las exequias de quien en vida se llamó Fernando Valenzuela Anguamea y el encabezado de ayer de "Excelsior" ha sido exacto al calificarlo como una leyenda.
Pero aparte de estos dos vértices señalados, hay otra razón más poderosa que sitúa a Valenzuela como el héroe total de mi infancia. Y no hablo solo de no perderme uno solo de sus partidos, así cayeran en domingo, pues recuerdo que también en casa de mi abuelita lo veíamos a la hora de la comida, sino de que de un modo que no pudieron igualar ni Hugo Sánchez, ni Julio Cesar Chávez, Valenzuela funcionó como eje cohesionador de la comunidad mexicana migrante, pues la escena que acabo de describir era replicada allende la frontera. Mexicanos de uno y otro lado del Río Bravo tenían en ese momento durante la transmisión un punto de comunión, amén de quienes vivieran en Los Ángeles (lo que hace significativo aún más por tratarse de la tercera o quizás la segunda ciudad con más hispanohablantes en el mundo) y pudieran ir al Dodgers Stadium o alguno de los recintos de la Liga Nacional donde lanzó Valenzuela. Hablo pues de un ritual transfronterizo que a la postre terminó por afianzar aún más el sentido de mexicanidad a pesar de ya no encontrarse en sueño patrio.
No puedo dimensionar la nostalgia que puede llegar a sentir algún connacional al encarnar la situación que se enuncia en la “Canción mixteca”, pero estoy seguro que gracias a la figura del Toro de Etchohuaquila, esa acedia podía ser, al menos, matizada. Dicha labor que podríamos designar como sociológica no fue poca cosa. No olvidemos que para construir el Dodger Stadium se decidió el desalojo de muchas familias migrantes del barrio de Chávez Ravine, la mayoría de ellas de origen mexicano: Valenzuela se convirtió así, enfundado en la franela blanquiazul del equipo representativo de LA, en el símbolo para efectuar una necesaria operación cicatriz. Figura de tal dimensión hace más notoria la monstruosa injusticia de que el Salón de la Fama de Copperstown no haya inducido en su nombre (inmortalizado además por ese seguimiento ferviente denominado la Fernandomanía y que desde el año pasado se celebra cada 11 de agosto) entre sus integrantes, siendo que los méritos para ello los tiene de sobra y respecto a los escrúpulos que arguyan los “eruditos” en la materia de Copperstown, como reza la frase, el Torito de Etchohuaquila es inocente. Eso no obsta, empero, para dejar de considerar al béisbol como el rey de los deportes, y cuyo emperador sería Fernando Valenzuela Anguamea…
P.d. ¿Mi pronóstico para el partido de mañana? Los bucles del tiempo colocan a los Dodgers de nuevo, como hace 43 años, delante de los Mulos de Manhattan y a mí no me extrañaría que, emulando al Cid, el Toro sea capaz de ganar ese partido (y quizás hasta la serie) aun después de muerto.