Comencemos esta vez por este lado del charco. La
selección de Colombia sucumbió en 11 minutos ante la inercia rítmica del juego desplegado
por los chilenos, quienes al parecer entre este partido y el anterior ante
México sólo lo vieron como un entretiempo y no bajaron las revoluciones sino
hasta que cobraron conciencia de que repetirían estando en una final de la Copa
América, más meritoria esta vez por alcanzarla fuera de su país. O quizás la
causa de ello haya sido la suspensión por más de 2 horas de partido por el
torrencial aguacero mandado como castigo por el dios Tláloc hasta el Soldier
Field, enfriando de este modo sus motores de vuelo al grado de que si no fuera porque
la expulsión de Carlos Sánchez mermó el empuje cafetalero seguramente este pase
a la final se hubiera visto seriamente comprometido. Así las cosas el panorama
resulta más que llamativo: en domingo se enfrentará esta escuadra chilena de plena
operatividad colectiva (ayer ni se notó la ausencia de Arturo Vidal) versus el despliegue
técnico y talento individual de los argentinos: para mí es un choque de
pronóstico reservado.
Mientras tanto, allende el océano, el cierre de la etapa
de grupos de esta Eurocopa 2016 tuvo ingredientes variados (más incluso que las
divisiones de origen entre la Europa eslava, la germánica y la románica) que
van desde lo previsible a lo inesperado y de lo grato a decepcionante en
términos de performance futbolístico. Quizás por eso a la hora de revisar los
enfrentamientos de octavos de final nos topamos con llaves sumamente
atractivas, con un amplio historial, así como con otras de relativa
expectación. Pero ya alguna vez Menotti, en la genuina (y realmente valiosa)
versión del programa "Los protagonistas" (programa que salió al aire justamente hace 30 años, en 1986), declaraba que el buen futbol
era como los gatos: cuando se les llama no vienen, y otras veces llegan cuando
no se les invoca.
Veamos por ejemplo el trepidante partido entre Portugal y
Hungría en cuyo segundo tiempo uno no podía despegarse de la pantalla porque la
acción de gol se suscitaba de forma vertiginosa en ambas porterías, lo cual fue
un factor esencial para que se decretara el empate. Otros como el Ucrania versus
Polonia (con cuyo resultado a favor de los polacos por la mínima diferencia dejó
a los primeros en el inframundo de este torneo y a los segundos con el pase a
la siguiente etapa para enfrentar a Suiza) resultó interesante más por evocar
aquella conflagración entre ambas naciones apenas terminada la Primera Guerra
Mundial y de la cual Ryszard Kapuscinski bien habría podido realizar un libro
reportaje cuyo título fuera: “La guerra sin futbol”. Y justamente así, a título
pero personal, no tenía mucha fe en presenciar grandes acciones entre magiares
y lusitanos, quienes además de exhibir en conjunto un juego grato a la vista, nos
permitieron confirmar el carácter protagónico de un lado del arquero húngaro
Király, más que como un jugador pintoresco y demodé, y del otro el de Cristiano Ronaldo, con anotaciones en las
que al ejecutar una inglesita y un cabezazo como recursos de los que hábilmente
logró echar mano, pudo alcanzar un récord, ése sí personal, de ser el primer
futbolista en anotar al menos un gol en cuatro Eurocopas.
No obstante lo más sobresaliente de esta jornada fue tanto
la primera victoria como la primera calificación de Islandia a la siguiente
ronda, todo ello en su primera participación en este tipo de competencia,
desplazando de este sitio a Albania, selección que en su oportunidad mencioné
que ya había alcanzado esta instancia. La felicidad de los jugadores ante este
logro (para variar, con un gol en tiempo de compensación), la euforia del
cronista de la televisión de aquel país durante la parte final de la
transmisión, me hacen recalcar nuevamente lo retributivo que puede ser el
futbol cuya semilla da fruto incluso en este territorio inhóspito, por frío y
volcánico a la vez: de hecho imágenes, como ésta que acompaña a mi escrito, fueron
durante mucho tiempo la noción más impactante que tenía de esta parte del
mundo, el sitio donde la tierra emergía del océano. Así de irruptiva ha sido su
intervención en este campeonato. En fin, que teniendo eso en mente me iré a
dormir no sin antes proponerles una fórmula invertida que explique lo sucedido
con el conjunto de futbol islandés: no creo que la clave de su éxito haya sido
tanto por enfrentar esta Eurocopa con la emoción de la primera vez, sino que lo están haciendo como si fuera la última. Y ésta es una lección válida
prácticamente para todos los órdenes de la vida.
Apostilla:
como resabio del 22 de junio y el gol del siglo (¿habrá operado en él la magia
desatada por la noche de San Juan?), hago un último apunte. El gol de la mano
de Dios posee a plenitud los ingredientes de una especie de leyenda urbana. En
mis recuerdos de hace 30 años registro que yo tampoco vi la mano en primera
instancia y Andrés Burgo, en el libro citado en la anterior entrega de estas
anotaciones, consigna que ninguno de los compañeros de Maradona en la selección
argentina tampoco la vio. Este hecho a más de uno le hará levantar la ceja con
incredulidad, pero yo sólo dejo un apunte sobre la mesa: no creo que ellos
estén pretendiendo cubrir un hecho que demeritaría ese campeonato o
pretendiendo negar la realidad, simplemente que como yo mismo quedaron encandilados
por la magia. La belleza y lo portentoso poseen esa cualidad y al respecto me
pregunto: ¿no habrán sido presas de un encanto semejante a la alucinación
colectiva provocada por Orson Welles durante su lectura radial de La guerra de los mundos de H.G. Wells
haciendo creer que, empezando por Nueva Jersey, en ese momento estaban siendo
invadidos por los extraterrestres? No sé, atando cabos ahora pienso que quizás
haya sido en parte por eso que Víctor Hugo Morales, en su ya icónica narración
de aquel partido del 22 de junio, bautizó a Maradona como un “barrilete cósmico”.
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