miércoles, 22 de junio de 2016

DEL PIE A LA LETRA 10. UN CAMPEONATO “MADE IN MEXICO”

Mis memorias del mundial de México 86, en particular del domingo 22 de junio, son muy confusas, principalmente porque todavía estaba muy lejos de digerir lo acontecido con la selección mexicana un día antes en el Universitario de Monterrey. Conciencia tenía, y muy clara, que en el orbe futbolístico no existía nadie que se comparara con el Pelusa. Sin embargo en modo alguno esto quiere decir que ignorara lo que estaba en juego. Nada sabía de Galeano y de la denuncia de las mil caras que el imperialismo (fuera colonialista por parte de Inglaterra o fuera capitalista procedente de Estados Unidos) ha mostrado en América Latina. En su momento supe del dolor ocasionado por la guerra de las Malvinas y conforme a ello conocía el hondo valor patriótico de ese partido. Aparte de ello, si bien ya admiraba al desde entonces bautizado como Barrilete Cósmico, luego de esa tarde mi admiración por este excelso jugador que era ya no tuvo límite.

Un apoyo a mi ejercicio memorístico me ha llegado a través de las páginas del libro El partido (del siglo) de Andrés Burgo (Planeta, 2016), en el que lo anecdótico cobra vida con una intensidad incluso mayor que la de los hechos vistos en la mera búsqueda de esa hipotética y siempre escurridiza objetividad. La tesis central (creo yo) del libro consiste en demostrar que una serie de factores esencialmente de buena fortuna se conjuntaron en favor de los argentinos. Por principio de cuentas recuerdo que aunque no era poco probable, al inicio del torneo yo no sospechaba que podría darse esa llave en los cuartos de final; en la práctica este duelo resultó ser tan inesperado que los argentinos un día antes no contaban con la casaca con la que finamente jugaron: apenas un día antes el personal femenino que los atendía en las instalaciones del América había terminado de prepararlas (hay material videograbado que da cuenta de ello). Asimismo, para ese partido Bilardo improvisó un parado de 3-5-2 (adjudicándose así invención del mismo), cuando toda la fase previa y los octavos los había jugado con un 4-4-2. Incluso dentro del senado de Argentina surgió una moción para pedirle a la AFA que el equipo debía negarse a jugar en protesta por lo acontecido en las Malvinas 4 años antes. Por último, jugadores como Olarticoechea se vino a enterar hasta que iban de los vestidores rumbo a la cancha que por primera vez en todo el torneo iba a jugar y que lo haría de titular. Cuentan además estas significativas anécdotas que Maradona había soñado que metía los dos goles del triunfo, pero lo cierto es que en medio de un partido sordo y trabado tal como se estaba desarrollando hasta el inicio del segundo tiempo lo que hizo en la grama del Azteca en ambas anotaciones fue producto auténtico de un arrebato de inspiración, y cuando la prensa le cuestionó sobre el modo en que consiguió marcar por primera vez ese día, también una especie de hálito divino debió venir a su mente al contestar: fue la mano de Dios.

Y ya que de cuestionamientos hablamos, aunque yo se lo haría al título de este libro de Burgo (todos sabemos cuál es el “verdadero” partido del siglo, jugado también en el Estadio Azteca), les dejo a su consideración ponderar ese asunto a partir de su propia lectura. Pero si el partido del siglo no se verificó ese 22 de junio de 1986, en cambio sí puedo afirmar a pie juntillas que presenciamos el gol del siglo XX (y de lo que va del siglo XXI). Estoy convencido que el influjo de esa hazaña llega hasta nuestros días y debido a la cercanía de la disputa de la copa centenaria en fecha tan próxima a esta efeméride debió inspirar ayer a la tropa argentina y a su mariscal Messi, quien con la aportación de un gol poéticamente medido (como los del Pibe de Oro) al fin se está revelando como el mariscal de campo que debe ser para coronar sus eximias actuaciones con un más que merecido título. Finalmente es un asunto de construcción de la memoria: si en la conciencia de identidad colectiva los gauchos tendrán muy presente la fecha de la derrota en la guerra de 1982 el de 14 de junio de ese año, a partir del 22 de junio de 1986 heredaron otra como recuerdo del día en que vencieron a los ingleses, y no sólo en función del resultado, sino con mayor peso en razón del modo como lo hicieron. Quiérase o no, el futbol tiene esa magnífica función psicológicamente compensatoria.

Apostilla: ¿Que el gol con la mano fue una trampa? Quizás. Pero lo que me deja la lectura del libro de Burgo es que si hubo algo planeado para ese día Maradona lo hizo en sueños. En la práctica todo lo demás fue improvisación, genialidad aplicada sobre la marcha. Con el paso del tiempo me quedó más claro que dentro de este deporte institucionalizado no todo es limpio. Luego del 86 la confrontación entre el Maradona y las autoridades del futbol mundial se acentuó: destapada la cloaca que es la FIFA, si el Pelusa de Oro hizo trampa fue para ganar un partido en el que por motivos personales y nacionales tenía prohibido perder; las triquiñuelas de los dirigentes de la FIFA fueron para agenciarse varios millones de dólares de un negocio en que eran prácticamente una rémora. No hay que pensarle mucho para sentir una empatía inquebrantable por aquel barrilete cósmico. Recuerdo, por último, que a diferencia de México 70 con el Brasil de Pelé y compañía, no toda la afición mexicana se desbordó a favor del representativo argentino, sin embargo tampoco registro por parte de los pamperos, entonces y ahora, que hayan sido lo suficientemente enfáticos en lo que le deben al país anfitrión del 86, por todo lo que contribuyó para ello. La moraleja de El partido (del siglo) es precisamente ésa. Lo diré pues con todas sus letras. Además del brillante futbol desplegado por la estrella más rutilante de su firmamento, en medio de tantas circunstancias que se conjuntaron casi de forma astrológica, dónde estuvo ese factor decisivo lo revelan la etiqueta de esas poco estéticas playeras elaboradas al vapor (pero que son ahora objeto de culto y se encuentran altamente cotizadas en las subastas: una de ellas la tiene ni más ni menos que el Jordi Cruyff, el hijo del legendario Johan): fue un campeonato netamente "Hecho en México".

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