lunes, 1 de junio de 2009

El centenario de Onetti: reivindicación de las letras uruguayas


Mayo se fue y junio llega de la mano de mi novia la tristeza, como diría el maestro Lara.

Primero la efeméride. Hace exactamente un año abrió sus ojos al mundo un personaje él mismo del ámbito de las letras iberoamericanas, cuya escena ha sido dominada por autores mexicanos, cubanos, argentinos y chilenos; no obstante, creo que ya va siendo hora de que el papel de la presencia uruguaya sea valorada en su justa dimensión, no sólo evocando la repercusión de plumas como las de Julio Herrera y Reissig, Horacio Quiroga o Jules Supervielle, esa ave rara que siguiera los pasos de Isidore Françoise Lucasse, conde de Lautrémont, insertándose como hijo natural en la tradición literaria francesa en una de sus etapas (lo que casi es un decir) de máximo esplendor; en fin, que al margen de esta de por sí ilustre lista, habría que ampliarla citando sólo los nombres más relevantes del siglo XX: Juan Cunha, Sara de Ibáñez, Idea Vilariño, Ida Vitale, el recién fallecido Mario Benedetti y Juan Carlos Onetti, autor de quien hoy se conmemora el centenario, ayer el tercer lustro de su muerte y durante todo este año setenta de la aparición de su primer libro: El pozo.

Ya Mario Vargas Llosa, en el momento de plenitud de la generación del boom en los años sesenta, había ponderado el radical impacto que para ella significó la obra en conjunto de Onetti, hecho que bien podría representar una segunda vuelta a las obras de este autor, considerando la tercera ésta que actualmente estamos presenciando. Dos son los más importantes aportes de este narrador. El primero consiste en introducir, a partir de El pozo, una vertiente de índole existencialista en la literatura escrita en español de manera simultánea que Camus y Sartre estaban fraguando algo parecido en Francia. El segundo radica en el auge que le dio al género de la novela corta, a grado tal que en este aspecto puede apreciarse parte del influjo mencionado por Vargas Llosa, pues tanto él como Cortázar, Fuentes y García Márquez tienen entre sus tres mejores obras al menos una novela corta. Amén de esto, en el programa "Entrecruzamientos" de Radio Educación, a pregunta expresa de la conductora María Eugenia Pulido, tuve oportunidad de establecer un contraste con respecto de Mario Benedetti, y elevar su principal novela La tregua, a un rango existencialista que Martín santomé comparte, por lo menos, con Eladio Linacero y con Larsen, ese oportunista que aparece en El juntacadáveres y El astillero.

Cada uno de estos personajes tiene una existencia insulsa y en determinado momento encuentran algo que les permite una tregua: Santomé la halla en el amor, pero Linacero ni en eso, ni en la amistad, ni en la afición literaria lo logra; sin embargo no podemos decir que no acceda a un espacio de redención, o al menos de consuelo, porque el acto mismo de escribir y de soñar le reportan un poco de satisfacción. Siendo más descarnado, Onetti debe ser apreciado por el alto grado de honestidad de su visión del mundo: sin mediar filiación política, respeta a sus semejantes porque no les vende falsos supuestos o esperanzas, sino que retrata al hombre dentro de su propia monstruosidad, y en esos momentos en los que descreemos de la humanidad sus páginas son un eco de dicho desencanto lanzándonos al abismo de nuestra propia conciencia para iniciar un camino de anagnórisis
. A cambio de quitarnos la esperanza, la narrativa de Onetti nos ayuda a autoconocernos: la bestia que se refleja en sus historias no es otra que la que cada uno de nosotros llevamos dentro.

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