
Entre los antecedentes de las catorce finales
disputadas dentro de esta competencia podemos ubicar un resurgimiento del
fútbol de países de ascendencia románica. El mayor número de finales mixtas es
de cuatro entre países germánicos (tres veces a cargo de Alemania, una de
Holanda) y países eslavos (dos veces la desaparecida URSS y dos los checos),
pero también cuatro han sido las veces en que la final tuvo exclusivamente un
sabor latino: 1984, 2000, 2012 y este 2016. Pero si reducimos la estadística al
siglo XXI hallamos que de las 5 finales que van el 60% han hablado sólo en
lengua romance (mientras que los eslavos se han quedado rezagados y no han
vuelto a ver esta instancia desde hace 20 años: curiosamente la primera, y
única hasta el momento, final fue disputada entre las extintas Yugoslavia y la
URSS). Creo que no está de más mencionarlo (para estar a tono con lo desarrollado en mis anteriores
escritos): estas naciones a las que me refiero (Italia, España, Francia y, por
supuesto, Portugal) comparten dentro de su pasado el resabio de haber sido
alguna vez un imperio. Simplemente hay que parar mientes en el uso de
expresiones que a grandes rasgos pueden resumirse en los titulares de este día:
“Portugal, monarca de Europa”.
Del lado de Didier Deschamps se podrá
argumentar ahora, a toro pasado, que parte de la responsabilidad en la
frustración de que por primera vez en la historia hayan perdido una final jugada
en casa se deba a su negativa en llamar a Karim Benzema (dejando toda la
responsabilidad de hacer los goles en Griezmann) y por rehusarse a platicar con
Franck Ribéry para que éste reconsiderara su retiro de la selección. Pero una
vez entrando en el terreno de las hipótesis las elucubraciones se convierten en
un barril sin fondo (como las disputas entre messistas y cristianistas), no
todas ellas áridas, porque si bien a final de cuentas Portugal entregó
resultados y no excusas, la especulación puede ser el punto de partida de una
discusión sabrosa de uno y otro lado: “que si Francia hubiera alineado…”, “que
si Portugal ganó sin ser dirigida por uno de los 4 mejores técnicos del mundo,
que es portugués”, “que si Francia y Portugal llegaron a la final jugando al
estilo de Simeone”, y así un largo etcétera detrás.
Apostilla: Sin embargo, decir que Cristiano Ronaldo fue el artífice de Portugal en la obtención de esta Eurocopa es tan cierto como el hecho de que el futbol no se juega sólo con los pies ni tampoco se determina exclusivamente en función de lo que ocurre dentro del terreno de juego durante los 90 (o en este caso 120) minuto (para rubricar estas palabras baste ver cómo lo felicita sir Alex Ferguson al concluir la premiación: https://www.youtube.com/watch?v=P1q6sYFBUj4). Más que nunca en nuestros días es una actividad mediática en la que repercute lo extra cancha y el aserto de la afirmación que acabo de hacer se comprobará el año entrante si el Balón de Oro regresa a las manos de Ronaldo, el portugués (porque ha habido dos brasileños), quien así sumará a su estadística como recordman el haberle dado a su país el primer título en la historia dentro del balompié aun después de haber salido de la cancha, pues lo que les hacía
falta a los lusos en cuanto a futbol, su capitán se los infundió en cuanto a
moral de lucha, interviniendo hasta el momento en que llegó el gol de Éder, el
portugués (porque esta vez hubo uno italiano). Para que se entienda mejor esta
labor, podría decirse que emuló, actualizándola, aquella gesta de ese otro
adalid ibérico (aunque del lado español) conocido como el Cid Campeador, quien
fue capaz de ganar batallas contra los moros incluso después de haber muerto.
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