jueves, 12 de febrero de 2009

Paralelo Darwin-Cortázar


Uno nació exactamente hace doscientos años. El otro murió exactamente hace veinticinco años. La casualidad no es tal, porque si no entonces el amor sería concidencia y no destino. Y aunque es de mala etiqueta venir ahora a contraponer efemérides y hablar mal de quien tanto aportó al avance (que no evolución) de la especie humana, el entrecruzamiento obligado por las fechas me hace recordar el modo lejanamente zoológico con el que Cortázar describía a los animales:

Tortugas y cronopios

Ahora pasa que las tortugas son grandes admiradoras de la velocidad, como es natural.
Las esperanzas lo saben, y no se preocupan.
Los famas lo saben, y se burlan.
Los cronopios lo saben, y cada vez que encuentran una tortuga, sacan la caja de tizas de colores y sobre la redonda pizarra de la tortuga dibujan una golondrina.

Desde luego que la contribución para responder a la gran pregunta, "¿dónde venimos?" es invaluable, pero como si se tratara de un nuevo dogma religioso, el deternimismo natural devino, en términos espirituales, en una empresa de cortarle las alas al alma y, así sea contra natura, el precepto cortazariano nos recuerda que las tortugas también tienen permiso de volar. La foto a la que este texto sirve algo así como de pie, me hace recordar que ayer llevé a incinerar a mi gata, una preciosa Bombay negra que caminaba como si desfilara en una pasarela de modas, situación que daría un respaldo de autoridad a Darwin, al demostrar cómo la elegancia es, antes que humana, atributo característico de ciertas especies animales.

Pero más que dividir la intención de estas palabras es la de conjuntar a quienes el calendario les ha deparado una misma casilla. Quizás la única hazaña del hombre ha sido evidenciar que, además de lograrlo en términos físicos, es capaz de evolucionar espiritualmente (si bien las deshonrosas excepciones pululan por todos lados) y la moraleja con que puedo concluir esta intervención sería que ambos próceres nos hicieron ver que aunque haya podido llegar a la luna (hace cuarenta años, ya que andamos efiméricos), por principio de cuentas el hombre sigue siendo un mono con pleno derecho de estrellar su cabeza contra el cielo de la rayuela...

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