domingo, 8 de febrero de 2009

La espada de Damocles o el juicio de la historia


Para retomar este espacio existe un repertorio de sobra: el haber escapado al menú del "pozolero", el advenimiento de un nuevo mesías en la Casablanca, el paupérrimo nivel del combinado nacional de futbol, el régimen autártico que respecto a las leyes electorales han amasado las compañías televisivas en el país, etcétera. Sin embargo, en términos de elevación reflexiva, he elegido la controversia sobre la posible existencia, o no, de una política de exterminio contra los judíos en Europa durante el régimen nazi, misma que ha sido puesta en duda por el obispo inglés Richard Williamson.

Los antecedentes del caso se remontan 20 años atrás, cuando Juan Pablo II declaró la excomunión a los obispos ultraconservadores, encabezados por Marcel Lefevre y seguido, entre otros, por el mencionado Williamson, que cismáticamente proponían un regreso a varias formas tradicionales de la liturgia católica, entre ellas la misa en latín. La llegada de Joseph Ratzinger a la silla pontificia auguraba la posibilidad del perdón para los prelados sobrevivientes, pero en un nuevo gesto de rebeldía a la jerarquía eclesiástica, el obispo Williamson declaró a un medio de comunicación sueco que el holocausto no era (parafraseando al siempre mal recordado secretario de Hacienda de Carlos Salinas, Pedro Aspe Armella, cunado le preguntaron sobre la pobreza en México) más que "un mito genial". La reacción del Vaticano no fue más lúcida: el perdón, que ya había sido otorgado, quedaba en suspenso hasta que el susodicho personaje se retractara de sus palabras.

El avance cronológico de la historia no es garantía de avance en cuanto a las ideologías, y del mismo modo que resulta cuestionable que los jerarcas de la Iglesia católica, apostólica y romana sigan aplicando todavía métodos inquisitorios de conciencia como hace algunos siglos, así de incongruente es la reacción de rabinos de Israel, que si bien sintieron ofendidos ante la referida declaración, no fueron capaces de condenar con la misma energía los procedimientos salvajes que el ejército israelí implementó durante la reciente ofensiva emprendida contra el pueblo palestino en la franja de Gaza. Así las cosas, la hipocresía y doble moral alcanza por igual a dirigentes espirituales judíos y católicos, mientras que, a pesar de su ex abrupto, el obispo Williamson, aunque políticamente (e históricamente) incorrecto en sus declaraciones, se nos revela al menos como una persona honesta.

Cuando Plutarco ideó sus Vidas paralelas, encontró rasgos en figuras públicas de su época que inevitablemente remitían a repeticiones, verificadas en el transcurso del tiempo, de ciertas situaciones en la vida de algunos personajes de la antigüedad clásica. La idea de la transmigración de las almas se alimenta de este tipo de situaciones, como bien lo señaló Borges en su cuento "La muerte y el traidor". De esta forma, el desenlace de la comedia parece previsible: con una espada de Damocles pendiendo sobre sí, al igual que en su momento lo tuvo que hacer Galileo Galilei (rehabilitado en sus derechos religiosos el 31 de octubre de 1992, por el mismísimo papa Juan Pablo II), el prelado se retractará públicamente (eso sí, a diferencia del astrónomo italiano, sin necesidad de concurrir ante un jurado ecuménico: para eso están los medios de comunicación), no sin antes confiarle sotovoce a alguien que lo acompañara en tan grave momento (y, supongo, de su entera confianza), unas célebres palabras que dirían, más o menos así: "y sin embargo, el holocausto no es más que un mito"...

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