viernes, 12 de julio de 2024

DE PATERNIDADES Y OTRAS MINUCIAS RELIGIOSAS

Quizás un filón literario para entrarle al tema sería este poema que meses atrás empecé a traducir, quizás por la ternura que despierta que el heterónimo de Pessoa se vea a sí mismo como un padre adoptivo del Niño Jesús, quizás...

"El guardador de rebaños. VIII"

En un mediodía hacia el fin de la primavera
tuve un sueño como una fotografía.
Vi a Jesucristo bajar a la Tierra.
Vino por la ladera de un monte
convertido otra vez niño,
corriendo y brincando por la hierba
arrancando flores para tirarlas luego,
y riéndose de forma que se le oyera lejos.
Se había fugado del cielo.
Era por demás tan nuestro como para fingirse
la segunda persona de la Trinidad.
En el cielo todo le era falso, todo en desarreglo
con las flores y los árboles y las piedras.
En el cielo hay que andar siempre serios
por lo que a veces le da por volverse otra vez hombre
y subirse a la cruz y aprestarse siempre para morir
con una corona rodeada toda de espinas
y los pies sujetados por un clavo con cabezal,
y con un lienzo alrededor de la cintura,
como los negros de las estampitas.
Ni siquiera lo dejaron tener padre ni madre
como los otros niños.
Su padre eran dos personas:
un viejo carpintero llamado José,
y que no era su padre como tal;
y el otro padre era una paloma estúpida,
la única paloma fea del mundo
porque no era del mundo ni era paloma.
Y su madre no había amado antes de tenerlo.
No era mujer: era una maleta
en la que él ha venido del cielo.
¡Y querían que él, que sólo nació de madre
y sin padre para amarlo con respeto
pregonara la bondad y la justicia!
Un día en que Dios estaba durmiendo
y el Espíritu Santo andaba volando,
se dirigió a la caja de los milagros y robó tres.
Con el primero hizo que nadie supiera que él había huido.
Con el segundo se creó eternamente humano y niño.
Con el tercero creó un Cristo eternamente en la cruz
y lo dejó clavado en la cruz que hay en el cielo
y que sirve de modelo para las otras.
Después huyó rumbo al sol
para descender con el primer rayo que atenazó.
Hoy vive en mi aldea conmigo.
Es un infante de linda y natural sonrisa.
Se limpia la nariz con el brazo derecho,
chapotea en los charcos de agua,
recoge y gusta de las flores y luego se desentiende de ellas.
Lanza piedras a los burros,
roba frutas de los manzanares
y corre a llorar y a gritar con los perros.
Y, porque sabe que a ellas no les gusta,
aunque a todos los demás les hace gracia,
corre tras de las muchachas
que en grupos van por los caminos
con sus cántaros en la cabeza
y les levanta las enaguas.
A mí me ha enseñado de todo.
Me ha enseñado a mirar bien al mundo.
Me señala todas las cosas que guardan las flores.
Me muestra lo entretenidas que son las piedras
cuando uno las tiene en la mano
y se pone a mirarlas despacio.
Me habla muy mal de Dios.
Dice que es un viejo estúpido y convaleciente,
siempre escupíendo en el suelo
y profiriendo maledicencias.
La Virgen María se pasa las tardes eternas remendando medias
y el Espíritu Santo se rasca con el pico,
y anida en las sillas y las ensucia.
Todo en el cielo es estúpido como la Iglesia Católica.
Me cuenta que Dios no discierne nada
de las cosas que ha creado,
−“si es que él las creó, cosa que dudo”−.
“Él dice, por ejemplo, que los seres cantan su gloria,
pero los seres no cantan nada.
Si cantaran serían cantores.
Los seres existen sin más nada,
y por eso se llaman seres”.
Y después, cansado de hablar mal de Dios,
el Niño Jesús se adormece en mis brazos
y en mi regazo lo llevo para la casa.
Vive conmigo en mi casa asentada en el cerro.
Él es la Eterna Criatura, el dios que faltaba.
lo humano que es natural,
lo divino que sonríe y que juega.
Y por eso sé con toda certeza
que él es el Niño Jesús verdadero.
Y esa criatura tan humana que es divina
es esta mi cotidiana vida de poeta,
y porque él anda conmigo es que soy el poeta de siempre,
y en una mínima mirada mía
me colma de sensaciones,
y con el más pequeño sonido, sea el que fuere,
parece hablar conmigo.
Esta Nueva Criatura que habita donde vivo
me da una mano a mí
y otra a todo lo que existe
y así vamos los tres por cualquier camino,
saltando y cantando y riendo
y gozando nuestro secreto común
que es el saber en todas partes
que no hay misterio en el mundo
y que todo vale la pena.
La Criatura Eterna me acompaña siempre.
La dirección de mi mirada va hacia donde su dedo apunta.
Mi oído atento alegremente a todos los sonidos
son las cosquillas que me hace, jugando, en las orejas.
Nos hallamos tan bien uno con el otro
en compañía de todo
que nunca pensamos uno en el otro,
pero vivimos juntos los dos
en un acuerdo íntimo
como la mano derecha lo hace con la izquierda.
Al anochecer jugamos a la matatena con piedritas
en la escalera a las puertas de casa,
serios como conviene a un dios y a un poeta,
como si cada piedra
fuese todo un universo
y fuese por eso un gran peligro para ella
dejarla caer al suelo.
Después yo le cuento historias, cosas propias de los hombres,
y él sonríe, porque todo es increíble.
Ríe de los reyes y de los que no son reyes,
y le apena oír hablar de las guerras,
del comercio, y de los navíos
que dejan humo de altamares en el aire.
Porque él sabe que todo eso ignora aquella verdad
que tiene una flor al florecer
y que al andar con la luz del sol,
modifica los montes y valles
y hace que los muros de tan blanqueados duelan en los ojos.
Después se adormece y yo lo acuesto.
Lo llevo en brazos dentro de la casa
y lo acuesto, desvistiéndolo lentamente
como siguiendo un ritual muy limpio
y maternal hasta que está desnudo.
Duerme dentro de mi alma
y a veces despierta de noche
y juega con mis sueños.
Voltea unos patas para arriba,
pone unos encima de otros
y aplaude solito
sonriéndole a mi sueño.
Cuando yo muera, mi hijito,
sea yo una criatura, la más pequeña.
Tómame en brazos
y llévame hasta dentro de tu casa.
Desviste mi ser cansado y humano
y déjame en tu cama.
Y cuéntame historias, si acaso despierto,
para volver a adormecerme.
Y dame tus sueños para jugar
hasta que nazca un día cualquiera,
ése que sabes tú cuál es.
Esta es la historia de mi niño Jesús
¿Por qué razón que sea entendible
no ha de ser más verdadera
que todo cuanto los filósofos piensan
y todo lo que las religiones enseñan?
Alberto Caeiro

(versión de Jesús Gómez Morán)
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