domingo, 1 de noviembre de 2009

Chile es el país que los dioses soñaron...


Santiago, hasta el día de hoy que fue el de la visita a Isla Negra, había sido un infierno: 28 grados insoportables a la sombra (incluso en la noche se necesita aire acondicionado para poder dormir). Afortunadamente sombra hay mucha porque están lo mismos los cerros de San Cristóbal y Santa Lucía, que verdean la mirada, cercanos a la esquina Movistar (en que se localiza el hotel donde me hospedé), así como las copas de los árboles próximos a la Biblioteca Nacional, en la céntrica avenida Alameda (antes o creo que todavía, Bernardo O'Higgins) y en el campus San Joaquín de la Pontificia Universidad Católica de Chile, lugares del Congreso "Chile Mira a sus Poetas" y de donde obtuve información provechosa para la investigación doctoral. No obstante la mirada colgada en la nieve de los Andes resulta siempre refrescante.

Arquitectura: Yendo por partes, debo compartir el agrado de caminar por estas calles centrales que afortunadamente se han librado, más o menos de la congestión defeña, si bien el trazo de las vialidades y los edificios en sí, por tratarse de una ciudad levantada más hacia finales del siglo XVII y principios del XVIII, podría calificarse de cuadrada, lo que no les resta mérito, antes bien resalta una fuerte propensión europeizante del antiguo régimen. A reserva de conocer otras capitales latinoamericanas, creo que Luis XIV se hubiera sentido en Santiago casi como en su casa. Por lo tanto si se pretende buscar barroquismo en Chile habrá que remitirse a su poesía, por ejemplo, si bien es cierto que para la mirada, más allá de lo propiamente paisajístico, cada esquina nos reserva una sorpresa. Y como podrán imaginarse hay lugares de culto como la estatua del presidente Salvador Allende o el bar La Unión Chica, donde era asiduo parroquiano Jorge Teillier y donde, como también se lo imaginan, monté una guardia de honor.

Academia. Hablar de esta ciudad impondría la necesidad de advertir que el transporte público es sumamente eficiente y que casi en cada estación del metro hay una Universidad. Ignoro si todas serán públicas (hay que tomar en cuenta que las provincias o regiones, como está dividido el país tienen su propia Universidad --católica, la mayoría de ellas, aunque más allá de la capilla no se evidencia ningún tipo de radicalidad, aunque de los aspectos sociales luego hablamos), pero además de la Pontificia conocí al menos la fachada de la Universidad de Chile, la Universidad de Santiago, la Universidad Andrés Bello, todas ellas sólo en Santiago, con una población que no llega a los 7 millones de personas. Otras tantas las conocí a través de la Feria del Libro que, al estar dedicada a Argentina (Cristina Fernández vino a inaugurarla) y con eso de que el loco Marcelo Bielsa ha regresado a los chilenos a un Mundial, ha hecho desfilar personalidades como María Kodama, distensionando así la tradicional rivalidad entre estas naciones del Cono Sur, si bien ahora la disputa se dio entre los propios argentinos, ya que Juan Gelman declinó asistir debido a las declaraciones del embajador argentino en Chile quien aseguró que los mejores escritores argentinos (a diferencia de los chilenos, con glorias que se mantienen vivas tales como Nicanor Parra, Gonzalo Rojas y Óscar Hahn, por mencionar sólo algunos nombres) ya estaban muertos. Como dice el dicho, el pez por su boca muere.

Gastronomía. Los sabores y su carga de aromas se imponen a los sentidos inevitablemente. Daba por descontado que el vino chileno me daría muestras de su generosidad líquida, pero además descubrí que la cerveza paceña (boliviana pues) y Brahma, brasileña, además de nobles aguas minerales mitigaron la sed del clima tórrido. Lo que no me esperaba era la propensión del santiaguino aficionado a las carnes antes que a los pescados. Por cierto debo confesar a este respecto que, sin duda, habrá otros lugares soberbios, pero al menos en mi primer recorrido por la ciudad probé la mejor carne de mi vida, una parrillada de res, jabalí ciervo y no sé qué más, que todavía salivo nomás de acordarme. Recomendable también son las mechadas (especie de tortas) y el cafecito para el desempance en locales curiosos que parecen barra de cantina, con meseras con sendas minifaldas quienes, sin embargo no están destinadas a atender exclusivamente al público masculino (aunque sin duda somos quienes más disfrutamos el atractivo visual). Obviamente pescado hubo pero, como dije al principio, eso, junto con el cambio de clima, tuvo que esperar hasta la estadía en Isla Negra donde el caldo de Congrio (acompañado de un rico carmenere) fue el plato consagratorio.

Los amigos. Pero por supuesto lo mejor de un lugar, y sobre todo tratándose de Chile, son las personas. Bastara con decir que hasta los policías son amables (si bien me pregunto se halla la distinción entre el cuerpo policiaco y militar, porque el uniforme de ambos era el clásico verde soldado). No creo que por el carácter de turista (que a pesar de todo me delataba) la gente se portara con cortesía, lo mismo las bibliotecarias de la Pontificia, Gloria Olea (a quien encontramos después en Isla Negra) e Ingrid (admiradora de Juan Grabiel), que los organizadores del congresos, los de la casa de cambio (que a pesar de equivocarse daban indicaciones de cómo llegar a Isla Negra) o la gente de la feria y los amigos escritores, Gonzalo Contreras y Gustavo Mujica, con quienes las cervezas y las copas de vino cobraron una dimensión no sólo por la evocación de Teillier que me compartieron de primera mano, sino por el hecho de lo que, a propósito de una autorización para publicarle algunos poemas, Gustavo comentaba del poeta lárico (cito de memoria): "a Teillier le importaba un bledo lo de los derechos. Ese día me citó sí para emborracharnos, pero sobre todo para conversar: eso era lo que a él le interesaba". Agrego entonces una categoría más para valorar las ciudades como aquellos lugares hechos no sólo para caminarlos o para amarlos (Lawrence Durrell dixit), sino también para conversarlos...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Chucho querido, hermosa crónica y celebro que estés feliz y disfrutando como sólo un caifán puede hacerlo. Mil abrazos.
Lalín, el Mazacuas.