El presente texto es la llave de entrada a los estudios que sobre la tradición órfica he iniciado. Se presentó en las Jornadas Filológicas 2012, pero en cuanto publicación es ni más ni menos una primicia.


Ambos tipos de conocimiento constituyen las dos caras de Jano si se toman en cuenta las características con las que la mitología ha consagrado a cada personaje. Prometeo, que etimológicamente significa el “previsor”,[2] es el que puede anticipar el futuro mientras que Orfeo, en el momento culminante de su saga mítica, se caracteriza por voltear hacia atrás, lo que filosóficamente significa mirar hacia el pasado, al querer comprobar si Eurídice en efecto lo acompaña a la salida del Hades. Y las contraposiciones siguen conforme a un listado muy vasto: Prometeo, quien como dice Esquilo es el padre de la técnica, contraría las leyes divinas por una motivación filantrópica, en tanto que Orfeo, que además de músico y poeta es un mago nigromante, emprende un desafío semejante por amor a una mujer, no a toda la humanidad (aunque después el conocimiento obtenido tratará de hacerlo un bien común para todos sus congéneres). Prometeo sufre su condena atado a una peña del Cáucaso, es decir, sufre la pena de la inmovilidad, en cambio el castigo de Orfeo será el ir errante, el no estar sujeto a algo ni a alguien, el no tener asidero firme, aunque eso sí encantando (esto es, inmovilizando) con su voz a la naturaleza y a los animales; Prometeo, diría Gilbert Durand, encarna “el impulso activo” que “requería las cimas”, mientras que el impulso pasivo, de carácter órfico, en su “descenso magnifica la gravedad y reclama la excavación o el hundimiento en el agua y la tierra hembra” [Durand, 2004: 242-243].
A los músicos del Titanic
1.
Una invitación al mito
Esta primera aproximación
para hacer una lectura del mundo moderno a partir del marco constituido por el
mito de Orfeo deseo exponerla de forma panorámica. Las normativas generales de
la civilización occidental contemporánea son principalmente producto de un
acendrado seguimiento de los lineamientos derivados de lo que podemos denominar
como espíritu prometeico: a este numen se le ha adjudicado una vocación que
tiene en el método científico, la tecnología y el progreso material sus
principales directrices.[1] Dicho
predominio, acontecido a partir del Renacimiento pero que alcanzó su punto
máximo tras la Ilustración
y la Revolución
Industrial , dejó en la sombra esa otra línea del pensamiento
alterna, la que se puede ubicar como proveniente de la tradición órfica.
Comienzo pues planteando dos calas críticas: la de Orfeo como el mito por excelencia y como metamito.
La primera cala crítica visualiza al
relato de Orfeo como el mito por
excelencia, en razón de que dentro de los preceptos mistéricos órficos, uno
de los más relevantes consiste en la metempsicosis. Debido al relegamiento
mencionado que mutiló su facultad como medio del conocimiento, la cualidad
proteica del mito se ha hecho manifiesta reconfigurándose como forma de
expresión a través de otros discursos ya no propiamente sacros ni religiosos,
tales como el arte, la literatura, la psicología, la filosofía, el cómic y más
recientemente a través de tendencias alternativas como el new age y las prácticas ecologistas. Aplicado este precepto al
estudio de la mitocrítica comparatista (lo que Raymond Trousson denomina como tematización [cf. Trocchi, 2002:
129-169]), podría decirse que el mito ha perdurado porque nos ofrece
respuestas a la condición del hombre y que éste no encuentra dentro del
pensamiento lógico racional. Una metempsicosis cultural en los hechos: así como
la creencia de que las almas de los muertos reencarnan, el alma del mito ha
transmigrado a otros discursos vinculados en alguna proporción a su originaria
tendencia sagrada y ritual.
La segunda cala crítica explica la
forma en que esta metempsicosis cultural tuvo lugar como consecuencia de que el
mito haya sido fragmentado, desarticulado, desmembrado durante el periodo de la
modernidad,[2] sufriendo una merma
drástica con respecto a su validez como código que estructura un cierto modelo
de comportamiento y un determinado tipo de expresión del espíritu. En una palabra,
su valor como medio de transmisión de un saber y una verdad. En esto reside el
carácter como metamito, en el caso
particular de Orfeo, pero también en el caso de mitos de otras latitudes que
reproducen el episodio del desmembramiento: Coyolxauhqui, Osiris, Tangaroa e
incluso el mismo Dionisio helénico. [3] Todos
ellos pueden ser considerados metamitos en la medida en que a través de su
trama relatan el desmembramiento del personaje protagonista del mito en
cuestión (casi siempre como parte del proceso de creación del mundo), y en
nuestros días reflejan lo que le ha sucedido al mito dentro de la edad moderna:
un auténtico proceso de fragmentación. No obstante, detrás de todo este proceso
hay un sentido de perdurabilidad como el de la cabeza de Orfeo que siguió
emitiendo sus oráculos pese a haber sido separada de su cuerpo, y a partir de
aquí podemos ya entender que lo que le pasa a esta cabeza le sucedió también al
discurso mítico.
2. Ubicación de los parámetros: una
contraposición esencial
Que la edad
moderna está marcada por un espíritu prometeico es una idea que ha circulado
desde hace mucho tiempo. Dentro del campo de la mitocrítica, Gilbert Durand
propone la tesis de que ante la opresión de un mundo organizado a través de los
preceptos positivistas del orden y el progreso durante el siglo XIX (e
inclusive posteriormente), el hombre occidental buscó válvulas de escape, como
sucedió durante el decadentismo finisecular. De este modo, la caída social y
moral del hombre hipersensibilizado (el artista, el músico, el literato, el
intelectual, etcétera) en los paraísos artificiales denotan una adhesión al
espíritu dionisiaco. En tales circunstancias se puede ver cómo
el siglo romántico, que
es a la vez el siglo del progreso técnico, cargado de esperanzas mesiánicas,
del ideal prometeico, y el siglo en el que despierta Dionisos es también el
siglo del alcoholismo [pues] como observan los psicólogos, el alcohol permite
resolver una contradicción inherente a la naturaleza humana. Contradicción
entre dos necesidades: la primera, la de ser un individuo social, de existencia
dentro de la estructura social; la segunda la de no renegar de aquella fuerza
incitadora que es el instinto [Durand, 1993: 269].
Este retorno de
Dionisos también detectado por Jean Brun (en su libro del mismo nombre), involucra
incluso a aquellos elementos originados por el progreso y la tecnología como lo
son, por ejemplo, los automóviles, cuyo continuo proceso de sofisticación, sirve
para acentuar móviles orientados hacia un tipo de hedonismo vinculado a
Dionisio, al menos ése que se halla sancionado por reglas morales y sociales.
En tal sentido este postulado se cumple hasta hoy en día, cuando el uso del
celular, el internet y las redes sociales se aplican como instrumentos para
“caer” en la infidelidad o la pornografía.
En tal sentido oponer lo dionisiaco
a lo prometeico funciona para explicar el desahogo del hombre en busca de
asideros, pero no constituye una respuesta en cuanto a una línea de pensamiento
y una preceptiva, ya que en todo caso habría que considerar que el temperamento apolíneo constituye lo
verdaderamente opuesto al temperamento
dionisiaco. De hecho el análisis de Brun permite ver cómo el dionisismo puede
fusionarse con el influjo prometeico sin anularlo necesariamente. Inclusive
Durand se refiere a que “de los esponsales antinaturales de Prometeo y
Dionisos, nace una perversión reforzada en que la violencia del Ubris se vuelve devota del Gran
Inquisidor, en la que el «todo es lícito» destruye sádicamente lo que de verdad
subsiste” [Durand, 2011: 167]. Dada esa simbiosis “antinatural” entre “Prometeo
y Dionisos” se necesita voltear hacia otro lado para hallar una respuesta mejor
consolidada. Lo prometeico es un código, un principio ideológico, ése que
promete que la aplicación de la ciencia, la tecnología y el progreso material
hará feliz al hombre al final de los tiempos. El orfismo por su parte, consiste
en construir el destino del hombre conforme a preceptos contrapuestos. Como instancias que definen la
esencia anímica del ser humano, la mitología griega aportó la idea de un espíritu apolíneo y otro
dionisiaco pero, complementaria a esta oposición básica, y diseñando un esquema
en figura de cruz, existen asimismo dos formas de conocimiento: una que procede del mito
prometeico y otra de estirpe propiamente órfica.[1]
Dialéctica entre Orfeo y
Prometeo
Orfeo
|
Prometeo
|
Mythos
Arte
Tiempo cíclico
Regresión
Duda
Lo inexplicable
Lo fragmentario
Disgregación
Seducción
Ocio (lo fútil)
Nómada
Lo crudo
Seducción
Sueño
|
Logos
Técnica
Tiempo lineal
Progreso
Convicción
Lo racional
Lo completo
Unidad
Producción
Neg-ocio (lo útil)
Sedentario
Lo cocido
Producción
Vigilia
|
Ambos tipos de conocimiento constituyen las dos caras de Jano si se toman en cuenta las características con las que la mitología ha consagrado a cada personaje. Prometeo, que etimológicamente significa el “previsor”,[2] es el que puede anticipar el futuro mientras que Orfeo, en el momento culminante de su saga mítica, se caracteriza por voltear hacia atrás, lo que filosóficamente significa mirar hacia el pasado, al querer comprobar si Eurídice en efecto lo acompaña a la salida del Hades. Y las contraposiciones siguen conforme a un listado muy vasto: Prometeo, quien como dice Esquilo es el padre de la técnica, contraría las leyes divinas por una motivación filantrópica, en tanto que Orfeo, que además de músico y poeta es un mago nigromante, emprende un desafío semejante por amor a una mujer, no a toda la humanidad (aunque después el conocimiento obtenido tratará de hacerlo un bien común para todos sus congéneres). Prometeo sufre su condena atado a una peña del Cáucaso, es decir, sufre la pena de la inmovilidad, en cambio el castigo de Orfeo será el ir errante, el no estar sujeto a algo ni a alguien, el no tener asidero firme, aunque eso sí encantando (esto es, inmovilizando) con su voz a la naturaleza y a los animales; Prometeo, diría Gilbert Durand, encarna “el impulso activo” que “requería las cimas”, mientras que el impulso pasivo, de carácter órfico, en su “descenso magnifica la gravedad y reclama la excavación o el hundimiento en el agua y la tierra hembra” [Durand, 2004: 242-243].
Teniendo destinos contrapuestos, si el Titán ha pasado a la historia como
heraldo del fuego y el progreso, Orfeo se nos presenta como un mensajero de las
sombras y el retroceso, y mientras que la misión prometeica consiste en portar
una sabiduría que permita el paso del hombre de la oscuridad hacia luz, la
sabiduría órfica es útil para un traslado en sentido inverso. Prometeo es la
deidad de las convicciones porque se mantiene firme en su rebeldía ante Zeus
por más descarnado (en sentido literal) que sea su suplicio, pero su misma
obstinación no logra vencer ni conmover al dios supremo, mientras que Orfeo es el
héroe que, si bien encarna la dubitación, por medio de la elocuencia de su
canto es capaz, si no de vencer, de convencer a las potencias inframundanas.
Y todavía hay una contraposición más relevante. Como da cuenta de ello
Esquilo en Prometeo encadenado:
“junto con el fuego, Prometeo sembró en los hombres una ciega esperanza: el
poder vencer a la muerte” [García Pérez, 2009: 19], promesa que más bien parece
un engaño porque el Titán podía prever y conocer todo lo que sucede sobre la
superficie de la tierra, pero no lo que acontece debajo de ella, además de que
su condición de inmortal, a pesar de
lo duro de su padecimiento, le impide experimentar lo que es la muerte. En
cambio quien sí poseía el secreto, no de cómo vencer a la muerte (porque la
termina padeciendo a manos de las bacantes) sino de cómo transitar por ella,
era Orfeo en su calidad de simple mortal:
de esta manera su mirada penetra donde los ojos de Prometeo no alcanzan. Por
eso en medio de la llamada crisis espiritual de Occidente, es lógico que el
hombre moderno voltee en dirección del mito y sus discursos adláteres:
El origen del drama de
nuestro tiempo —de aquel «malestar de la civilización» que toda nuestra
sociedad acusa— es precisamente el de la separación de nuestra más puntera
ciencia y de los mitos que
resucita y de las pedagogías, de los sistemas de información, las teorías de la
acción, todos ellos «atrasados» y referidos a filosofías unitarias, es decir,
por principio no científicas, a los positivismos, al marxismo [Durand, 2011:
166, 167].
En suma, si ya
en el terreno de la mitocrítica la persistencia del mito de Orfeo conforma una
de las más claras vertientes de desarrollo, esta persistencia se puede rastrear
en muchas áreas más, y en esta oportunidad sólo me abocaré a señalar algunas de
ellas con ejemplos muy concretos, pero procedentes de campos culturales
sumamente diversos como el psicoanálisis, la pintura, la literatura y los cómics.
3. Los parámetros hermenéuticos
Uno de los
campos de estudio que ha retomado con mayor énfasis a los personajes de la mitología
griega es el psicoanalítico. Hermenéuticamente hablando el psico-análisis
consiste en un seguimiento del trayecto órfico, una inmersión en las penumbras
del alma y en este sentido constituye una práctica muy antigua que sacerdotes y
chamanes llevaban a cabo, sólo que dentro del periodo de la modernidad la
aportación freudiana ha sido imbuirle una metodología para tal propósito y al
hablar de método ya estaríamos entrando al terreno de lo prometeico. El paso
que posteriormente da Carl Jung no hace sino reafirmar de manera paralela el
procedimiento original, sólo que a nivel colectivo: en las catacumbas de su
evolución el ser humano como especie guarda una serie de claves susceptibles de
explicar algunas formas de comportamiento. La diferencia con el culto órfico
estriba en que para los prosélitos de esta corriente mistérica el conocimiento
de tales claves constituía un saber iniciático. A la postre el psicoanálisis
jungiano habrá de quedar a medio camino entre la sistematización freudiana y un
acercamiento a algunas prácticas mágicas y ceremoniales (como prueba de ello
está la obra de Jung, Psicología y alquimia).
Hablando de la historia de la
pintura, conforme a lo estipulado por Guillaume Apollinaire, Robert Delaunay resulta
ser el pintor más representativo del orfismo pictórico, tendencia que se sitúa
entre el cubismo de Picasso y el abstraccionismo geométrico de Kandinsky, es decir,
la contraposición de formas que realiza Picasso básicamente a
través del trazo se convierte en contraposición de colores en Delaunay, para que finalmente Kandinsky la convierta en
contraposición tanto figurativa como cromática. Sin ser un especialista (mal de
origen prometeico) sobre crítica de artes plásticas puedo sugerir que el
orfismo pictórico se sustenta en rebasar el empleo del color y la luz para
iluminar las figuras contenidas dentro de un cuadro, usándola no para iluminar,
sino para darle sentido la pintura. Subvertir la función de la luz y el color
consiste en que dejan de ser características del objeto representado y se
vuelven esencia de la representación, trascendiendo así el papel secundario que
se les destinaba como apoyaturas del dibujo propiamente dicho:
A natural concomitant to Apollinaire’s Orphism was light and its
primordial simbolism. Robert Delaunay’s paintings were conceived as suffused
with the reality of light, de Chirico’s enigmas are revealed bathed in bright,
theatrical beam, and two of Chagall’s most significant canvases, intimately
associated with Apollinaire, have light and regeneration as their theme. Yet
the subject of Orphism was not exclusively light. It was also the celebration
of the imagination: the creation of new forms and concepts [Hicken, 2002: 37].
Dado que en esta
cita se mencionan tres grandes maestros de la pintura del siglo pasado, estimo
que en cuanto a atmósferas representadas en sus pinturas Chirico evidencia mayores rasgos órficos que Chagall y éste más que
Delaunay. Pero, si entendemos que esta línea de desarrollo plástico desembocó
en la llamada pintura abstracta merced a una descomposición de formas para
llegar a una fragmentación cromática,
pues los objetos representados ahora son polígonos o círculos rellenos de
color, con justa razón a Delaunay le correspondería el estatus
de principal representante del orfismo pictórico.
Para referirme al orfismo en
literatura debo decir que, siendo el eje central de futuras investigaciones, no
es éste el lugar para profundizar en ello. Simplemente quiero dejar delineado
que empezaré revisando dicha tendencia en algunos poetas hispanoamericanos del
siglo XX, lo cual me permitirá analizar el carácter de la sobrenaturaleza y la
imagen en Lezama Lima, la ubicación de la infancia como un paraíso perdido en
Eliseo Diego, la condición de exilio y errancia en la obra de Vicente Gerbasi y
Gabriela Mistral, y la definición del larismo en la poesía del chileno Jorge
Teillier.
Por lo que respecta a la aclimatación de la figura del héroe dentro de la
cultura del cómic, y conforme a lo que afirma García Pérez, pensar un héroe al
estilo griego es improcedente debido a las adaptaciones mediáticas que de ellos
ha hecho el cine hollywoodense.[1] El
héroe griego (y así sucede con Prometeo) se confronta seriamente con el status quo, mientras que la gran mayoría
de héroes fabricados por la industria del entretenimiento estadounidense busca
mantenerlo, si bien habrá que separa en esta galería de personajes a quienes
respaldan al sistema abiertamente y reciben un reconocimiento social por ello,
de aquellos héroes que a pesar de reforzar al sistema experimentan el drama de
no ser aceptados y tienen que vivir en la sombra, como es el caso de los X-Men,
Hulk, Hell Boy y hasta cierto punto Batman. Al respecto a este último me
gustaría presentar la comparación inevitable entre los dos iconos de la compañía
DC Comic, de acuerdo a los parámetros aquí delineados pues más allá de ser un
potentado, los elementos que rodean a la figura de Batman son netamente órficos: no sólo por su marginalidad ante la ley, sino también porque
opera durante la noche y su ingenio y su sabiduría es de procedencia
subterránea ya que todos sus artilugios los fabrica en el interior de una
caverna. Además no hay que pasar por alto que en sí no tiene superpoderes, por
lo que no deja de ser un simple mortal. Y por su parte Superman, obviando su origen alienígena, es un inmortal, como Prometeo, y a
diferencia de Batman suele realizar sus hazañas a plena luz del día, sumado al
hecho de que por poseer ultravisión a su manera es una especie de “previsor” que
ve las cosas antes de que éstas lleguen.
Mención aparte (quizás por ser objeto de un culto más underground) merecen dos recreaciones en
cómic de Dino Buzzati con su Poema en
viñetas de 1969 y la saga The Sandman
de Neil Gaiman, quien en 1991 recrea en uno de los episodios de la serie el
drama órfico.
4. Conclusiones generales
Luego de hacer
este breve repaso queda puesto de relieve la manera en que lo mítico como
parámetro hermenéutico nos puede ofrecer una lectura de la realidad
circundante. No se trata, en medio de esta exposición dialéctica, de escoger un
marco prometeico o uno órfico, sino que más bien sus mitos, aunque se
encuentran radicalmente opuestos no son excluyentes del todo, ya que ambos
pueden leerse como relatos míticos de un fracaso. El problema de fondo tanto en
el mito de Orfeo como en el de Prometeo es la voluntad salvadora de ambos
personajes. Hemos heredado una visión tergiversada de Prometeo, pues el mismo
Hesiodo es preciso al respecto: por haberle regalado a los hombres el fuego,
Zeus a su vez les regaló los males contenidos en la caja de Pandora. Por su
parte Orfeo asumió el reto de rescatar a Eurídice del Hades,
pero tras haber fallado es posible conjeturar que su misión no era ésa sino
demostrar que podía doblegar la voluntad de los númenes del inframundo. Como
salvación pues, tampoco hay éxito en su misión.
Encarar ese fracaso es lo que da la nota distintiva: Prometeo lo hace con
uns resolución inamovible; Orfeo asume su condición limitada y se dedica a
hacer lo único que se puede hacer cuando ya no se puede hacer nada, cantar: no
otra fue la salida de los músicos del Titanic. Sin dejar de asumir con respeto
ambas posturas como respuesta existencial el ser humano deber merecer algo más.
Y justamente por ello los mitos de Orfeo y Prometeo constituyen un marco que
puede registrar y describir la condición del hombre de nuestros días casi al
nivel de lo que podría hacer un estudio sociológico:
Auguste Comte había
presentido esta necesidad de superación concreta y funcional de los fantasmas
del sentido común, pero su error —perdonable en el clima unitario y totalitario
de la física y de la química triunfantes del siglo XIX— fue creer que no había
más que un solo tipo de positividad, un solo tipo de «hecho», del mismo modo
que Descartes había creído que no había más que un solo método científico «para conducir adecuadamente la razón»
[Durand, 2011: 166-167].
La respuesta
general no es otra que la que el mismo Durand recogió de las conferencias
impartidas dentro del Círculo de Eranos: emplear la coincidentia oppositorum resucitada como “antigua noción hermética”
[Durand, 2011: 168] por Jung. La conjunción de opuestos, en este caso los que
he marcado como de procedencia prometeica y, sobre todo, rehabilitando al
espíritu órfico.
[1] Karl
Reinhart asevera: “el adjetivo ‘prometeico’ es también empleado en el sentido
de que el homo faber ocupa el lugar
del homo poeta. Se habla hoy, en
ocasiones, de prometeísmo con un matiz peyorativo para designar un privilegio
ambiguo de Occidente o incluso un peligro europeo, un destino del espíritu
inventor de la técnica apresada luego en las redes que él mismo ha tendido;
obligado, para mantener su soberanía, a destruir lo que lo sostenía y
preservaba. Prometeo salvador, Prometeo provocador de peligros” [citado por
García Gual, 2009: 170]. Más o menos del mismo parecer es David García Pérez
cuando dice: “El fuego —la tecnología– ha perdido en parte el rumbo original,
pues la finalidad prometeica era que el hombre pudiese vivir mejor, no que se
autodestruyera. El enemigo a vencer, entonces, no es una deidad, sino la
voluntad misma del sujeto. [...] Separar de la mitología y de la religión a las
distintas áreas del conocimiento inició el camino del pensamiento humano hacia
una hiperespecialización, entre otras cosas, lo cual zanjó profundamente al
conocimiento al olvidarse de la concatenación necesaria entre ciencia y
espíritu” [García Pérez, 2009: 19, 20]
[2] “For the modernist attitude merges
also with the poststructuralistic stance. There is right reason for this:
recent French theory, like French literature itself since Baudelaire, has gone
further than any other reflecting upon that crisis of language and culture
which I have here entitled, ‘The dismemberment of Orpheus’ ” [Hassan, 1982: xiii].
[3] Y en
esencia parecen reflejar los mismos principios. Siendo un mito que procede del
pueblo que dominaba el valle de Anáhuac, el relato sobre el nacimiento de
Huitzilopochtli le otorga a este dios la cualidad prometeica de ser el portador
de la luz del sol, cuyos rayos desmembran a su hermana Coyolxauhqui, quien,
como Orfeo, detenta una potencialidad proveniente de las sombras. Luego es
arrojada al pie del cerro de Coatepec, regresándola a la tierra, de-vuelta al
origen. Sólo que, debido a su naturaleza lunar, el cuerpo de Coyolxauhqui
vuelve a reintegrarse, en un proceso de ciclicidad cada 28 días.
[1] Durand propone como tercera vía el seguimiento de una sabiduría ligada a Hermes, pensando en una intermediación entre lo prometeico y lo dionisiaco [Durand, 1993: 271 y ss.]. De forma esquemática concuerdo con la idea de ubicar a Hermes en tanto hermano que es de Apolo y Dionisio, en medio de estas dos divinidades y a su mismo nivel, y por eso mismo habría una desproporción evidente si no se plantea una natural oposición entre Orfeo y Prometeo mediada, nuevamente, por Hermes en su condición de intermediario entre los dioses y entre los titanes y los héroes.
[2] Al respecto del significado del nombre Prometeo, “los griegos creían que procedía de pro, ‘antes’, y una raíz, meth–, que ponían en relación con metis, ‘astucia’, y médomai, ‘meditar’. Ya Hesíodo y Esquilo piensan en él como el ‘Premeditador’, el ‘Previsor’ ” [García Gual, 2009: 43n].
[1] “Este modelo heroico no reta intelectualmente ni humaniza al hombre, por el contrario, lo vuelve un ser pasivo y carente de sentimientos verdaderos, derivados de la falsa piedad de la democracia estadounidense” [García Pérez, 2009: 150].
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