jueves, 24 de octubre de 2024

EL ÚLTIMO (MÁS BIEN, EL MÁS RECIENTE) TIRABUZÓN DE VALENZUELA


Mis referentes acerca de ese deporte que consiste en golpear a doña blanca con un bat lo más lejos posible eran en ese entonces bastante vagos. 1981 fue un año iniciático para mí de muchas formas y una de ellas la de empezar a entender, y junto con ello a enamorarme, del bien llamado rey de los deportes. Pero quizás debo ser más específico, en el sentido de que junto con el estímulo visual que implicaban las hazañas desde la lomita que partido a partido iba realizando el prodigioso y jovencísimo Valenzuela, mi oído adolescente pudo familiarizarse con la bonhomía y sapiencia de esa memorable mancuerna (sí, antes de los tres amigos Burak, De Valdés y Pepillo Segarra, antes del coach Joaquín Castillo y Pepe Espinosa, antes de Martinoli, Luis García y Jorge Campos, antes incluso de don Fernando Marcos y el ingeniero José Luis Lamadrid) de cronistas compuesta por Pedro el Mago Septién (marqués de Querétaro) y Jorge Sonny Alarcón. Los ingredientes estaban dados ya para que en ese tercer juego de Serie Mundial yo, al igual que miles de aficionados, fuera testigo de una de las páginas más gloriosas del deporte y del periodismo deportivo mexicanos un 23 de octubre de 1981. Los bucles (como los tirabuzones que el Toro de Etchohuaquila solía trazar en el aire para hacer abanicar a sus oponentes) del tiempo son insondables y en un día como ese 43 años después han dado inicio las exequias de quien en vida se llamó Fernando Valenzuela Anguamea y el encabezado de ayer de "Excelsior" ha sido exacto al calificarlo como una leyenda.


Pero aparte de estos dos vértices señalados, hay otra razón más poderosa que sitúa a Valenzuela como el héroe total de mi infancia. Y no hablo solo de no perderme uno solo de sus partidos, así cayeran en domingo, pues recuerdo que también en casa de mi abuelita lo veíamos a la hora de la comida, sino de que de un modo que no pudieron igualar ni Hugo Sánchez, ni Julio Cesar Chávez, Valenzuela funcionó como eje cohesionador de la comunidad mexicana migrante, pues la escena que acabo de describir era replicada allende la frontera. Mexicanos de uno y otro lado del Río Bravo tenían en ese momento durante la transmisión un punto de comunión, amén de quienes vivieran en Los Ángeles (lo que hace significativo aún más por tratarse de la tercera o quizás la segunda ciudad con más hispanohablantes en el mundo) y pudieran ir al Dodgers Stadium o alguno de los recintos de la Liga Nacional donde lanzó Valenzuela. Hablo pues de un ritual transfronterizo que a la postre terminó por afianzar aún más el sentido de mexicanidad a pesar de ya no encontrarse en sueño patrio.

No puedo dimensionar la nostalgia que puede llegar a sentir algún connacional al encarnar la situación que se enuncia en la “Canción mixteca”, pero estoy seguro que gracias a la figura del Toro de Etchohuaquila, esa acedia podía ser, al menos, matizada. Dicha labor que podríamos designar como sociológica no fue poca cosa. No olvidemos que para construir el Dodger Stadium se decidió el desalojo de muchas familias migrantes del barrio de Chávez Ravine, la mayoría de ellas de origen mexicano: Valenzuela se convirtió así, enfundado en la franela blanquiazul del equipo representativo de LA, en el símbolo para efectuar una necesaria operación cicatriz. Figura de tal dimensión hace más notoria la monstruosa injusticia de que el Salón de la Fama de Copperstown no haya inducido en su nombre (inmortalizado además por ese seguimiento ferviente denominado la Fernandomanía y que desde el año pasado se celebra cada 11 de agosto) entre sus integrantes, siendo que los méritos para ello los tiene de sobra y respecto a los escrúpulos que arguyan los “eruditos” en la materia de Copperstown, como reza la frase, el Torito de Etchohuaquila es inocente. Eso no obsta, empero, para dejar de considerar al béisbol como el rey de los deportes, y cuyo emperador sería Fernando Valenzuela Anguamea…

P.d. ¿Mi pronóstico para el partido de mañana? Los bucles del tiempo colocan a los Dodgers de nuevo, como hace 43 años, delante de los Mulos de Manhattan y a mí no me extrañaría que, emulando al Cid, el Toro sea capaz de ganar ese partido (y quizás hasta la serie) aun después de muerto.

jueves, 29 de agosto de 2024

CENTENARIO DE LA FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS BAJO EL SIGNO DEL LEÓN Y LA VIRGEN (addendum: ahora sí la parte final)

 


8. Repercusiones vivenciales y existenciales. Al decir que la facultad, en su momento, fue mi segunda hogar parecería que estoy usando una figura retórica. Sin embargo se trata de algo que conmigo se cumplió al pie de la letra. Casa de estudios, de juegos (ahí nos citábamos para ir a las canchas de pin pong de Odontología o de Medicina), mens sana in corpore sano que llevábamos al pie de la letra al jugar fut con la selección de segunda fuerza de la facultad con compañeros del colegio de Filosofía (si bien la delantera era poética con Juan M. Morales López, el mencionado Dante Salgado y un servidor). Tan me la vivía en esos espacios que un amigo me bromeó alguna vez afirmando que yo ya bien podría tener número de inventario, e incluso una vez con él y otro compañero más, dado que luego de una presentación se nos pasaron las copas y también el transporte para regresar a casa, terminamos pernoctando en la entrada de la facultad (la cual debería tener una placa alusiva registrando ese épico episodio).

A modo pues de causa efecto, por si todo esto fuera poco, “for sentimental reasons”, tengo muchas otras cosas que agradecerle a la facultad, fuera del ámbito académico y profesional, puesto que algunos de los mejores amigos que he tenido (como ya ha quedado constatado, aunque no todos se mantengan vigentes en el trato) se me atravesaron en sus salones y pasillos e inclusive, de forma imantada, provinieron de sus alrededores. Asimismo le debo a la facultad haber conocido a las mujeres que, en distintas etapas de mi vida, han sido mis compañeras y cuya cintura he ceñido con mis brazos en el momento crítico de abrir los ojos para recibir la llegada de la aurora. Hablo de la mujer con quien me casé, con quien tuve experiencias maravillosas pero que al paso de los años resultó imperativo separar nuestros caminos, de la mujer que más he amado por todo lo que alcanzó a significar en mi existencia mientras duró su paso por este mundo, y en parte porque de ella recibí la fortuna de paternizar una hija (aunque no le hubiera ayudado a concebirla), y de la mujer con quien tuve una relación, diría mejor una entrega, tan profunda e intensa que es imposible que no dejara sus marcas de fuego y de ternura en el epitelio de mi cuerpo y de mi alma. Ya con este último punto tendría que reconocer lo afortunado que he sido y que jamás tendré cómo ni con qué pagar tanto como he recibido de mi magnánimo recinto universitario.

Técnicamente un 85, tal vez un 90% de lo que constituye la UNAM en mi vida lo es en función de lo que representa de modo exclusivo la Facultad de Filosofía y Letras, institución que, en suma, me ha dado todo lo que tengo y también casi todo lo que me hace falta.

lunes, 26 de agosto de 2024

CENTENARIO DE LA FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS BAJO EL SIGNO DEL LEÓN Y LA VIRGEN II

 


Segunda (y última) parte: retrospectiva endocéntrica

5. La carta astral. El león y la virgen es el título de la exégesis que sobre la poesía de Ramón López Velarde realizara su alumno Xavier Villaurrutia. Publicado por la Biblioteca del Estudiante Universitario y que leí justamente durante mis estudios de licenciatura en la FFyL, es un estudio cuya imagen de estos dos símbolos remiten irremisiblemente a los signos zodiacales de Leo y Virgo, esto porque Villaurrutia establece la tesis de que hay escritores que tienen una doble vida y de ese modo explica la dualidad de la obra y el temperamento biográfico del bardo jerezano.
¿Dualidad zodiacal también en la FFyL? ¿Por qué no? Algo debe de significar que en el cielo de su carta astral estaba en tránsito entre el último día, cuando aún impera la constelación de Leo, y el primero de la de Virgo. Quedan pues así conjuntados en su sino, un león que podría simbolizar la estatua del Recinto Simón Bolívar (donde alguna vez tuve la fortuna de que se llevara a cabo una reunión de mi comité tutorial), o la de Fray Alonso de la Veracruz, más un descendiente del zodiaco de Virgo que reinaba en el cielo nocturno cuando Dante (cuya efigie se contempla en la entrada) falleció en el exilio, o quizás esa doncella astral podamos identificarla con la diosa Atenea, misma que se ostenta como emblema de nuestra facultad.
Y sí, corazón y cerebro se complementan en la vivencia y rememoración que de ojos hacia dentro hago a modo de confesión de parte en las siguientes líneas, una declaración de “contemporaneidad” al modo como lo propone Giorgio Agamben, no para ofrecer las luces del siglo de existencia de la querida facultad (propósito de la anterior entrega) sino una “íntima oscuridad”: la mía, reflejada en su discurrir temporal de estos últimos años.
6. Las cuatro áreas de Hispánicas. Como parte de la orientación vocacional que recibí para mi ingreso a la facultad, llegó a mis manos un tríptico informativo en el que se daba cuenta que una vez egresado yo podría ejercer en cuatro áreas: docencia, investigación, corrección editorial y creación literaria (creo que les faltó anotar ahí el de la difusión y promoción cultural y literaria, que eventualmente, tanto yo como otros compañeros, hemos desempeñado, así sea de forma esporádica y, obviamente, sin pago alguno).
La de principal interés para mí era la última y después el ámbito de la investigación, sobre todo luego de que en uno de los cursos de mayor exigencia como era el de Literatura Medieval Española, José Antonio Muciño me calificó con MB (en aquel entonces las evaluaciones eran con letras) un análisis sobre las jarchas. Después vino el premio de ensayo en la revista “Punto de Partida”, curiosamente con una versión remozada de un trabajo final presentado para un seminario y que realicé sobre el susodicho Villaurrutia. Esta línea de desarrollo profesional fructificó a tal grado que viví de ella durante el tiempo que estuve adscrito al Centro de Estudios Literarios, etapa de mi vida que, quizás cuando haga remembranza de lo que representa el Instituto de Filológicas, abordaré con más detalle; no obstante esta vertiente profesional no he dejado de ejercerla, pues ya en la práctica es evidente cómo dentro de las otras áreas el acto de investigar entra en juego.

Debo confesar que mis nociones básicas de corrección de estilo las aprendí tras salir de la carrera, pero de cualquier modo ligado a la UNAM, tanto en la revisión de los últimos tomos de la versión impresa del Diccionario de escritores mexicanos. Siglo XX, como de los libros de texto gratuito de la SEP para la materia de Formación Cívica y Ética en 2008, por invitación de Lilián Álvarez y Bulmaro Reyes Coria. Sin embargo de unos años a la fecha mi tiempo y esfuerzo están casi de lleno enfocados a la docencia. Todavía recuerdo la charla con un compañero de la carrera (con quien aparezco en una foto capturada justamente para el libro conmemorativo de nuestra Facultad al cumplir sus 70 años, y de lo cual me informó el Dr. Vicente Quirarte cuando entraba de oyente a su cátedra) y nos pusimos a reflexionar cómo íbamos a desempeñarnos allá a mediados de los noventa al dar asesorías (que en realidad eran clases) de prepa abierta (dado que ninguno de los dos se nos ocurrió tomar la materia de Didáctica del Español que admirablemente impartía la Dra. Helenita Beristáin): “pues imitando a los maestros que admirábamos de la facultad”.
Como trayectoria de búmeran, en la época en que ocupaba el puesto de investigador-docente en Filológicas, el destino me puso de rebote en un aula de la facultad, cubriendo materias de Literatura Iberoamericana en Hispánicas. Inolvidable a la vez que arduo es el calificativo que le doy a ese periodo y confío en haber desempeñado con algún acierto dicha encomienda. Además de los cursos optativos de literatura (que en general eran más bien de narrativa) hispanoamericana, considero como posibles aportaciones los que diseñé exclusivamente sobre poesía de la segunda mitad del siglo XX, para analizar a fondo a Roberto Juarroz, Carlos Germán Belli, Alejandra Pizarnik y Jorge Teillier, o sobre novela corta, con un nombre, “Desbordando el canon”, que posteriormente ha sido retomado en otro tipo de cursos de la facultad, y que se justificaba porque leíamos a plumas entonces poco atendidas (al menos yo no tenía noticia de que se leyeran en otra materia) como la de María Luisa Bombal, o un poco más actuales como la de Rosario Ferré y Roberto Bolaño. Y en esa calidad de docente, doy testimonio con alto grado de satisfacción como una de las últimas actividades que pude organizar en los espacios de la facultad fue una mesa maratónica de lectura-presentación de las antologías de poesía mexicana reciente traducida al portugués, Tenho a palavra meiga y O medusa dual, facturadas por mi compañero y hermano de letras desde el primer día de estudios en sus salones, Fernando Reyes allá por 2016, sino estoy mal.



7. Creación literaria y publicaciones. Pero decía que mi interés principal era desarrollar mi vena creativa, en particular dentro del género poético. Estimulado por el maestro Hernán Lavín Cerda en su Taller de Creación Literaria (tras de lo cual alcancé una mención en el Premio Universitario de Poesía de 1991), debuté editorialmente dentro de la colección que ya para entonces había echado a andar mi condiscípulo desde el primer semestre y cordial amigo, Dante Salgado (ahora rector de la Universidad Autónoma de Baja California Sur). Mi segunda publicación también se la debo a la facultad, pues aunque no fuimos de la misma generación entré en contacto con Juan Carlos Hernández Vera (editor del área de publicaciones de nuestra facultad), quien aparte de la revista Cabañuela, se lanzó a publicar una serie de libros de poesía que contaron en el apoyo de coinversiones del FONCA, gracias a lo cual en 1998 salió La consagración de la primavera/Epigramas sin épica, y que tuve la enorme satisfacción de poder presentarlo en el Salón de Actos, haciéndola de padrinos los maestros Lavín, Raúl Renán y Eduardo Serrato. Eventualmente algunos años después volvería a publicar también dentro de Arlequín la colección "Nuevos modos para los XVI sonetos" en un volumen colectivo llamado Solo ocho poetas y Juan Carlos tuvo la cortesía de sumarme a su comité editorial, junto a plumas tan talentosas como la de Eduardo Cerecedo y Felipe Vázquez (como otra forma de regresar a la facultad en la foto doy fe que uno de mis últimos títulos, Cánticos a Erigona, del que yo ya no tengo ejemplares, se puede conseguir en la ludoteca Víctor Jara).
Así pues, todo alrededor de la facultad, sus aulas, pero más sus pasillos y el hervidero de ideas e iniciativas que era la cafetería, fue como una cosa me fue llevando a la otra: vino la invitación a participar dentro del equipo editorial de Calambur (revista dirigida por Esteban Beltrán Cota, otro compañero sudcaliforniano de Letras) y que se ostentaba como perteneciente a la Facultad de Filosofía y Letras UNAM, porque en efecto era subvencionada por ella, y en la que encontré grandes amigos como Angelica Valero (flamante subdirectora), Dabi Xavier, Olimpia G. Aguilar, Jorge Salvador Jurado, Áurea Madrigal, Ruth Orozco, Quetzalcóatl Fontanot, Alicia Andares, etc. El asunto funcionaba de esta manera: el financiamiento aportado, algo que en su momento nos ayudó a gestionar la Dra. Sandra Lorenzano, como secretaria administrativa, se usaba para pagar la impresión (pues de organizar el material y de diseñarlo se encargaba el equipo editorial) y el papel lo recibíamos en donación, primero por parte del Dr. Vicente Quirarte en su calidad de Director de Publicaciones de la UNAM y después del maestro Marco Antonio Campos estando al frente del Departamento de Publicaciones de la Coordinación de Humanidades. Su apoyo resultó invaluable para ello.
Tras esta experiencia diría que fue natural integrarme al consejo editorial de Tranvía, esta sí orgánicamente desvinculada con la facultad, pero elaborada por una nueva generación de egresados de Hispánicas: Daniel Bueno García (director), Américo Luna Rosales, Estela García, Édgar Mejía y Daniel Zavala Medina. Por último y, creo, no menos importante, los ires y venires, esos avatares del tiempo me llevaron a reencontrarme con otro amigo salido de Hispánicas, pero en este caso del SUA, Gregorio Martínez Moctezuma, con quien así sea de forma esporádica he colaborado en dos de sus proyectos aún vigentes: el sello Agua Escondida Ediciones (dentro del cual he publicado el referido Cánticos a Erígona y Estación de ángeles) y la revista El Axolote Ilustrado (y eso que no alcancé a tomar el taller de Revista Literaria de Huberto Batis, si no imagínense).

viernes, 23 de agosto de 2024

CENTENARIO DE LA FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS BAJO EL SIGNO DEL LEÓN Y LA VIRGEN

Primera parte: panorámica exocéntrica



1) Pase de lista al personal docente. A modo de paráfrasis de Walter Benjamin, diría que hoy caminé a contrapelo de la historia, de una historia personal con un lugar, con un edificio cuyas coordenadas son el eje de casi 37 años de mi vida. Una tarde de noviembre, si no estoy mal en el salón 207, me enfrenté a mi destino: debió ser con la entonces maestra (poco tiempo después doctora) Margarita Murillo, quien nos impartió Historia de la cultura en España y en América (materia con la cual se afianzó mi espíritu hispanófilo: “viajen a España, siempre nos decía”) y quien, cuando fue monja, conoció a León Felipe sobre cuya obra realizó sus tesis de licenciatura y maestría y al poco tiempo se doctoró con un brillante estudio sobre Octavio Paz que, vuelto libro, fue la ocasión propicia para que el poeta originario de Mixcoac se apersonara en el Aula Magna de la Facultad de Filosofía y Letras UNAM. Aparte de ello, nunca olvidaré el generoso detalle de, tras el término del segundo semestre, convocarnos a un restaurante y obsequiarnos a todos sus alumnos un libro: ese libro simboliza la entrega que de su alma y su espíritu ya había en cada sesión de clase.
La primera injusticia mnemotécnica que cometeré estriba en la imposibilidad de registrar a todos los docentes de quienes tuve la fortuna de recibir cátedra, tanto en la licenciatura como en el posgrado. Quizás el homenaje cobre sentido si me refiero en particular a quienes ya han trascendido a otro plano: Héctor Valdés, Manuel Ulacia, Fulvia Colombo, Federico Patán, Armando Pereira, Juan Miguel Lope Blanch, Federico Álvarez, Adolfo Sánchez Vázquez, Ramón Xirau y Jorge Antonio Ruedas de la Serna, quien no pudo culminar la misión de asesorar hasta el final del camino mi tesis de doctorado. Estas líneas son un in memoriam a su legado.
2. Desfile de escritores. Por haber cursado la carrera en letras, un atractivo adicional lo representó el contacto presencial con alguno de las y los autores de quienes cuya obra se comentaba en clase. El alma mater es de nuevo pródiga y en este rubro, al repasar la nómina de escritores que pude escuchar, ya sea en el Aula Magna o en el Salón de Actos, y hasta en algún salón, la retrospectiva es simplemente impresionante. Además del ya mencionado, pude escuchar a otros ilustres Nóbeles de Literatura en la persona de Gunther Grass, Toni Morrison y a una pléyade no menos ilustre: Yevgueny Yevtushenko, Adolfo Bioy Casares, Carlos Illescas, Haroldo de Campos, Rubem Fonseca, Eliseo Diego (quien dio un curso de una semana allá por febrero de 1982), Mario Benedetti, Augusto Monterroso, Ernesto Cardenal e incluso, a unos pocos pasos de ahí (ya que de nóbeles hablábamos), a José Saramago, si bien en su caso, en una situación que nunca entendí, estuvo en el aula Jacinto Pallares de la Facultad de Derecho. Y por el lado de la crítica y teoría literarias puedo referirme a luminarias como Cristina Sabat de Rivers, Sara Poot Herrera, Raúl Dorra, Hugo Verani, Noé Jitrik y Antonio Cándido.
La nómina de autores nacionales obviamente resulta más vasta y es probable que la memoria no me impida olvidar a alguno: Carlos Fuentes, Juan José Arreola, Elena Poniatowska, Alí Chumacero, Eraclio Zepeda, Emmanuel Carballo, Ignacio Solares, Sergio Pitol, Carlos Monsiváis (a Pacheco y a Javier Sicilia los escuché en Filológicas, donde también ubico haber escuchado a Carlos Montemayor y Saúl Ibargoyen), Rubén Bonifaz, Hugo Hiriart, Silvia Molina, Jaime Labastida, Salvador Elizondo (con quien me había apuntado en un curso optativo sobre Contemporáneos, pero que finalmente no pudo dar), Alejandro Rossi, Raúl Renán, Francisco Hernández, Jorge Esquinca, Malva Flores, Coral Bracho, Mónica Lavín, Myriam Moscona, Eduardo Milán, Efraín Bartolomé, Juan Domingo Argüelles, Enrique Serna, Felipe Garrido, Chema Espinasa y Víctor Manuel Mendiola (quien tuvo la cortesía de acudir al cierre de un curso optativo sobre poesía iberoamericana que pude impartir hace 13 años, más o menos).


3. Murallas y recintos. Ciudad Universitaria era una ciudad abierta: no estaba llena entonces de los predios enrejados que campean ahora en facultades, institutos o espacios recreativos. Del lado de nuestra facultad las rejas que matan, las más dolorosas aparte de las que nos aíslan aún más con respecto a Derecho, son las del Jardín de los Cerezos lo cual, por cierto, no ha impedido que ahí se cultive una hortaliza, o más bien un sembradío de maíz. El cultivo de la tierra se une al de la sensibilidad y las ideas.
La distribución de los espacios era distinta en aquellos ayeres. Las coordinaciones (en aquel entonces la de Hispánicas encabezada por la Dra. Anamari Gomis, quien siempre se distinguió por la cordialidad de su trato) estaban justo a la entrada, por ambos lados. En el lugar donde ahora se alberga el cuerpo principal de la biblioteca era solo un estacionamiento más (sin rejas alrededor, insisto); respecto a los salones tampoco estaban los que se encuentran en las alas hacia el norte del cuerpo principal del edificio (“ferrocarril” como se le llama) y tampoco teníamos cafetería. Por ende, los puestos de comida de la entrada no eran raros (ah como disfrutaba de mi hojaldra de mole con un agüita de jamaica), ni mucho menos los de artesanos (destacaba por supuesto el del maestro de portugués Ruy Valadas, y con quien tomé uno de los módulos correspondientes en el CELE) y sobre todo de libros (amigos y condiscípulos eventualmente llegaron a ejercer este tipo de comercio informal).
4. El sitial de las mujeres. Podrían enumerarse muchos rasgos distintivos de la FFyL con respecto de sus pares y con respecto incluso a la realidad nacional. Sin obviar que hay aspectos como el acoso que deben ser solucionados con atingencia, puedo eso sí dar testimonio que durante mi paso por ella el techo de cristal a nivel directivo ha sido roto. No solo el puesto de la coordinación de Letras, tanto a nivel de licenciatura como de posgrado, se lo han alternado docentes de ambos géneros, sino también en la encomienda de la dirección. Es cierto que de Arturo Azuela a Mary Frances Rodriguez han desfilado en este cargo cuatro hombres y tres mujeres, pero el equilibrio del que hablo se constata revisando los periodos. En la numeralia patente, de 1986 a 2025 habrán desfilado 10 cuatrienios, de los cuales cada género cubre 5, pues las Dras. Juliana González y Gloria Villegas lograron el objetivo de repetir en el puesto, aspecto que por la contraparte masculina sólo Ambrosio Velasco pudo igualarlo. Enseñar con el ejemplo resulta ser una de las formas más fehacientes y así se constata en el tema de paridad de género.


Ahora bien, al ser aquí lo más relevante la función educativa, eje principal en torno al cual gira la referida infraestructura político-administrativa, la verdadera grandeza académica en este punto se mide en la equivalencia de géneros y, efectuando un repaso a vuelapluma (de nueva cuenta es casi seguro que me faltará algún nombre), descuellan las siguientes mujeres eméritas (oficiales o no) dentro de su desempeño docente: Mariapía Lamberti, Dolores Bravo, Eugenia Revueltas, Margo Glantz, Lizbeth Sagols, Elsa Cross, Carolina Ponce, Lourdes Rojas, Claudia Lucotti, Nair Anaya, Leticia Leticia Flores Farfán, Marisa Belausteguigoitia, Josefina McGregor, Mercedes de la Garza, Ana Luisa Izquierdo, María Rosa Palazón, Lilian Álvarez Arellano, Atlántida Coll, Patricia Galeana, Luz Aurora Pimentel, Georgina García Gutiérrez, Aurora Díaz-Canedo, Beatriz Espejo, Carmen Rovira y Margit Frenk quien (albricias), por un día y un año de diferencia, ha seguido el paso de nuestra noble y doble H facultad, pues apenas ayer cumplió 99 años.